Por: Mateo Rosales |
Bolivia ha decido apostar por un cambio de ciclo político que implica también un cambio en la posición del país en el plano internacional, tanto desde el punto de vista de las relaciones bilaterales y con organismos a nivel global, como de su posicionamiento en relación con el espacio de influencia existente en términos ideológicos a nivel regional y global.
El presidente electo ha sido contundente al condenar las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua y la claridad sobre su cercanía con líderes del orden democrático parece ser un síntoma que se extenderá a lo largo de su gestión gubernamental, lo que marcará, en definitiva, aquella posición respecto de la elección de los socios preferenciales que se buscará atraer a nivel internacional.
Este enfoque, aunque parezca menor y más bien lejano en términos de administración pública a la vista de un ciudadano de a pie es fundamental, toda vez que dependiendo del ‘bando’ al que se pertenezca se puede tener mas o menos éxito en las gestiones multilaterales o sobre los acuerdos con otros países para, en el caso de Bolivia, asegurar una transición pacífica, conseguir recabar la mayor cantidad de apoyos posibles en términos económicos y financieros, y garantizar el desarrollo de programas que para el país son fundamentales en el medio y largo plazo, como la lucha contra el narcotráfico o el comercio exterior en ámbito internacional.
En este sentido, la apuesta del potencial nuevo gobierno es la correcta. Tradicionalmente Estados Unidos ha sido un país que ha marcado cierta equidistancia en cuanto a la organización del orden global internacional antes de la Primera Guerra Mundial. Su política internacional se ha caracterizado históricamente por el aislacionismo, siendo el periodo de los años veinte del siglo pasado hasta la administración Obama el periodo que se podría definir como ‘excepcional’ en términos de política internacional del país norteamericano, y contrario a lo que en general se conoce actualmente. A lo largo de su historia Estados Unidos ha permanecido más tiempo al margen de la toma de decisiones en el ámbito internacional y su influencia no fue crítica ni ha sido el expansionismo la hoja de ruta de su política exterior, como, en parte, sucede en nuestros días.
Parece ser que desde la segunda administración Trump el enfoque ‘aislacionista’, marcado definitivamente por Obama, se ha modificado, aunque no sea, precisamente, porque Donald Trump sea un convencido ni abandere una política internacional expansionista, ni siquiera en el ámbito comercial, como bien se sabe.
Este ligero cambio en su política exterior que se observa el último año –no se termina de materializar un cambio radical en la política exterior estadounidense– puede estar influido por la presencia de Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos, que emerge de un empirismo fundado incluso en la perspectiva del mandatario más pragmático de aquel país los últimos tiempos como es Donald Trump y, en síntesis, de un entendimiento preciso de lo que el mundo está experimentado actualmente: un escenario verdaderamente incierto y donde cada movimiento puede ser decisivo.
En ese sentido, los estadounidenses, caracterizados también por su tradicional pragmatismo, ven en los cambios que surgen a nivel regional una oportunidad de reposicionar su espacio de influencia por la creciente amenaza de Asia e Indo pacífico, la cada vez más importante cadena de valor marcada por las materias primas fundamentales, y la estabilidad para la lucha contra aquellos elementos que ellos sí consideran una amenaza seria para sus intereses y que afloran, sobre todo, en el espacio regional, como el crimen organizado o la inmigración masiva.
El reciente encuentro de Rodrigo Paz y Marco Rubio, es una fotografía sin parangón que marca la posibilidad de un antes y un después en la relación con un socio estratégico como el norteamericano, más aún teniendo en cuenta la crisis económica, de suministro y de divisas que atraviesa Bolivia (los dólares se imprimen en Estados Unidos) y la posición que el país ha asumido las últimas décadas a nivel internacional con el liderazgo del Movimiento al Socialismo y su cercanía con las dictaduras más deleznables de la región.
Por otra parte, otro de los ámbitos estratégicos para impulsar una posición favorable a los intereses de Bolivia en el contexto internacional, es la Unión Europea. No es baladí establecer este espacio de influencia y colaboración en el nuevo contexto que se abre para para el país.
Las últimas décadas, después de años de distanciamientos y sospechas sobre los dos grandes referentes del orden global (EEUU y China), ha llevado a unos y otros a reconfigurar sus alianzas internacionales y viabilizar lo que parecía imposible: el cierre de acuerdos dilatados como el acuerdo UE-Mercosur, cuya negociación llevó 25 años. De ratificarse el acuerdo UE-Mercosur, la UE tendrá acuerdos comerciales con países y bloques de América Latina que abarcan en conjunto el 95% del PIB de la región y con el potencial de transformarse en su mayor socio estratégico.
No sólo se trata de regiones que comparten herencia cultural, valores, y una perspectiva similar del desarrollo sostenible, son además bloques económicos complementarios. América Latina ofrece lo que Europa necesita en este momento: materias primas críticas para la transición verde como litio, cobre y platino, y fuentes abundantes de energías renovables. La UE tiene el capital, la tecnología y el know-how –y el Global Gateway como plataforma– para desarrollar cadenas de valor birregionales descarbonizadas en el marco de la transición verde, lo que a su vez servirá de estímulo para el crecimiento de países como Bolivia.
Si el impulso del acuerdo UE-Mercosur se utiliza además como palanca para hacer interoperable la red de Tratados de Libre Comercio (TLCs) de los países o bloques latinoamericanos con la UE –a través de medidas muy pragmáticas como la “acumulación cruzada” de reglas de origen– se configuraría un espacio económico integrado UE-América Latina que abarcaría a 1.100 millones de personas, y tendría una dimensión equiparable al PIB de Estados Unidos.
No existe un historial de una relación o acuerdo entre Bolivia y la Unión Europea, más allá de casos puntuales, como el acceso preferencial de Bolivia a ciertos mercados europeos como el agrícola o sobre la lucha contra el narcotráfico. No obstante, la apertura del país hacia nuevos mercados, más amplios y consolidados, le dan una oportunidad sin precedentes para abrir la economía a nuevos escenarios de intercambio y cooperación.
La realidad es que el nuevo gobierno ya esta dando pasos y señales en este sentido, lo que implica un compromiso serio para resolver la crisis en primer instancia, y materializar programas y acuerdos que instalen definitivamente a Bolivia en la competencia de los mercados a nivel internacional en diferentes ámbitos no excluyentes. Después de 20 años de aislacionismo, confrontación y encerrona hacia adelante –con socios poco deseables– Bolivia tiene una nueva oportunidad para emerger y apostar por el crecimiento a largo plazo desde el desarrollo tecnológico, hasta la industria sostenible y competitiva, aprovechando la riqueza de sus recursos naturales y su capacidad de competencia.
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