Lo impensado ha ocurrido. Mi hijo ha muerto. Un fulminante y cruel ataque se ha llevado su corta existencia, a pesar de esa fuerza tremenda que él tenía, con la que emprendía todo, con la que amaba y cuidaba a su maravillosa Erika, esa fuerza de la que brotaban los magníficos titulares en el canal que dirigía en YouTube, José Manuel ha sido la ternura cotidiana que me blindaba de las asperezas del periodismo, y la pasión por las cosas buenas que tiene la vida, además de las discusiones políticas que nos hacían enojar, él desbordaba amor, inclusive por los gatos, y disfrutaba de la buena comida, todo en él, mi amado Manuel, todo era pasión. Él y yo compartimos 38 años, 38 cumpleaños, 38 Navidades, sin duda no habrá mejores. Gracias Manuel porque contigo tuve una vida dichosa. Te vi graduarte de ingeniero y después de arquitecto, pero nada me hizo más feliz que verte convertido en un extraordinario periodista, de los que logra millones de seguidores. Se fue sin despedirse porque no tuvo tiempo. Lo veré en mis sueños, lo sentiré a mi lado en las caricias de mi gata, en el olor de las plantas que amaba, de la comida que disfrutaba, estará presente en cada acto de nobleza y cada ilusión que nos regala la vida, ahí estarás, a mi lado, como estuviste durante 38 años, sosteniendo mi existencia.
Aún no logro llorar como debería, ni tampoco respirar. Yo también me dejaría ir si no fuera una pequeñita que me tiene atada a la vida.
Cabildeo Digital despide a su Director y principal editor. Y también se despide de todos ustedes. Sin José Manuel no es posible continuar. Estamos de duelo, con un dolor que seguramente arrastraré todo lo que me queda de vida.
¡ADIÓS JOSÉ MANUEL! Te sentiré a cada instante, en cada susurro de la naturaleza.
LOS HERALDOS NEGROS
Por: César Vallejo |
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!