Por: Gonzalo Chávez |
Parte I. El arte de tomar un trufi
Si el viaje en un mini bus es una experiencia antropológica y aeróbica, el transporte por trufi es una vivencia más íntima, más próxima, mas física, más trascendental. Para los que no son de Bolivia: Trufi es un taxi compartido de ruta fija.
Me atrevería a decir que andar de trufi es una práctica psicológica e ictiológica, En la novela de Kafka, La Metamorfosis, el principal protagonista, Gregorio Samsa, se transforma en insecto, en un viaje de trufi te transformas en sardina de lata, objeto de estudio de la ciencia de los peces, la ictiología.
Para comenzar, conseguir un trufi y sentarte en la parte trasera tienes que ir en dirección contraria a tu destino, por ejemplo, si quieres ir a la zona sur en La Paz y estás en El Prado debes caminar hasta la plaza San Francisco, si estás en Barrio ferroviario y quieres ir al centro, debes caminar rumbo a ceja de El Alto.
A la hora pico, parar un trufi es Dios y su ayuda. Ahora si hay dos pasajeros en la parte trasera estás jodido, porque hay un código, no escrito, del que el subió segundo no va al centro de carro, que es sin duda la posición más incómoda. Entonces cuando para el Tufi para recoger a un pasajero, la persona que le correspondería el asiento del medio, se baja y con una mirada de media ceja y pelo entero le dice: Te toca el palo de gallinero. Así que de cuclillas y chitón.
Parte II. La primera clase del trufi
Una vez que los tres pasajeros están en la parte trasera del trufi - la mayoría de estos son muy viejos o muy pequeños - comienza la acomodación de las carnes y los olores. Comienza una gimnasia de potos para agarrar el mejor espacio y la posición más cómoda. Se inicia, lo que técnicamente se conoce, como: estrechar vínculos. Por supuesto, el que está al medio está fregando. No te queda mas que fruncir el asterisco, compactar la base y adoptar la posición ancestral de chullpa o momia andina.
Estrechar vínculos es, probablemente, la actividad más íntima que uno realiza con un total de desconocidos. De repente muy temprano en la mañana se comienza a intercambiar suaves codazos, entre piernazos, efluvios y malos humores con quienes nunca hemos visto. O al final del día, compartes cansancios y frustraciones de un largo día de trabajo.
Se inicia el ancestral el arte de estar cabeza con cabeza pero no mirarse, ni con el borde del ojo. Matar con indiferencia al vecino, aunque estes prácticamente abrazado.
Como el viaje es largo, por lo menos media hora, cada uno comienza a hacer sus actividades. Los que están en la ventana pueden desviar la vista y mirar las vitrinas y lugares que se abren. Otros se sumergen en sus teléfonos, se aíslan del mundo con sus auriculares y se relajan. Otros hablan a gritos por el teléfono resolviendo quien recogerá a los hijos o a qué hora será la tarea del grupo o quien comprará la cena.
Los menos protagonizan una mini novela y revelan que viven un infierno tóxico rodeados de zombis nazis. Hablando en voz alta por teléfono se escucha la siguiente trama: Carlo Augusto última vez que llegas tarde, la próxima de vas donde tu madre. Pero Angeles Maria, que querías que haga no te tenia sueño y no quería ver tu cara de cordero degollado.
Los que están en la parte trasera, podríamos considerar como la primera clase del Trufi, al contrario del avión que están adelante.
Parte III. La clase económica del trufi
En la parte delantera del trufi está la clase turística y barata. Es el ensayo de infierno para las colas y las columnas de los pasajeros. La mayoría de los trufis están diseñados para que en la parte delantera vayan solo un pasajero y el conductor. Pero el propietario del vehículo ha decidido aprovechar un quinto pasajero y ha puesto una almohadita muy delgada sobre el freno de mano para improvisar un asiento. El quinto pasajero, al entrar de costado, es inmediatamente recibido por la contundencia de un examen de un proctólogo mecánico.
Los viajeros nacionales se han convertido en faquires que se equilibran en la punta del coxis en un freno de mano. Somos capaces de sentarnos con media nalga y el culo fruncido y ni así, morir en el intento. Otros han desarrollado la técnica de volverse tablas. Apoyan la cabeza en el respaldar del auto y estiran los pies, viajan casi levitando con las caderas hacia arriba.
El usuario del trufi, que estás al lado de la ventana, va un poco más cómodo, pero tiene que soportar las piernas del quinto pasajero. Este literalmente, lo monta.
Pero no todo es sacrificio en lata de sardinas. Algunos taxistas gentilmente ponen las noticias, lo que alivia la tensión y los dolores musculares, pero le ponen de punta a los nervios por las noticias políticas. Una jauría de perros siguiendo una perra invade el aeropuerto internacional de El Alto y provoca un accidente con un avión de BOA. El gobierno denuncia una conspiración de quiltros de derecha. En otros casos comienzan la tortura con música chicha y reguetón con un equipo de sonido chino y destartalado. Por lo tanto, a veces es difícil distinguir sí lo que uno oye es un chirrido de un parlante defectuoso o la voz aguda del cantante hablando de su mami. Lo que es peor Daddy Yankee ya te ha hecho un lavado de cerebro y llegas a tu trabajo o casa y lo primero que dices es: tú ya sabes.
En los trufis, se ve cuan preparado uno puede estar en el arte de pagar el viaje. Un verdadero ballet sentado. Generalmente los hombres, comienzan con unas contorsiones epilépticas para buscar las monedas en los bolsillos más profundos del pantalón para lo cual anuncia un tímido, perdón, y comienza a dar culazos al vecino y produce una ola humana involuntaria para sacar las monedas.
En el caso de las señoras, las cosas pueden ser más complicadas. Las damas comienzan a tener unas posesiones demoniacas al buscar en sus carteras los sueltitos para el pasaje. Se sumergen en su bolsa donde existen miles de cosas. Con frecuencia convierten las piernas del vecino en una mesa improvisada y aparecen la crema lechuga, una cucharilla tramontina para encrespara las pestanas, ruleros de varios tamaños, un papel higiénico rosado, una libretita del año pasado, peine y otras cosas indescriptibles y finalmente, el monedero donde solo hay billetes de 100 cuidadosamente doblados.
Salir de el trufi es una experiencia de descompresión como si hubiera estado sumergidos a 2 km bajo el mar, levantar las posaderas necesariamente implica tocar las rodillas del vecino, agarrarse de la puerta, comprobar que se le han adormecido hasta los callos, y prácticamente ser expulsado de esta lata de pedos. Gracias al cielo uno ha llegado a destino salvo, pero no sano, le espera una escoliosis galopante.