Por: Amalia Pando |
Este año, el ingenio azucarero Aguaí, de grupo Rodas de Santa Cruz, producirá tres millones de quintales de azúcar y 61 millones de litros de alcohol, en tanto que el ingenio estatal de San Buenaventura, EASBA, con suerte llegará a los trescientos mil quintales. Aguaí está trabajando al 70% de su capacidad instalada mientras San Buenaventura solo al 33 %.
Ambos ingenios arrancaron simultáneamente como proyectos en el año 2011. Aguaí prendió motores en 2013 con una producción de 2 millones de qq. de azúcar y 23 millones de litros de alcohol.
San Buenaventura demoró hasta finales del 2015 para mostrarle a Evo Morales su primer quintal de azúcar. Se anunció para el 2016 una producción de 5.000 qq. con el ingenio a media máquina. Pero, no lo consiguieron y ese año 2016, Evo Morales regresó a San Buenaventura a reinaugurar la planta.
En 2018, cuando Aguaí ya producía a todo vapor, el oficialismo festejó su primera zafra sobre tres mil hectáreas y recién en 2022 las hectáreas cultivadas casi llegaron a las cuatro mil y la zafra pasó las 180 mil TN., cantidad que este 2023-2024 será una difícil meta de alcanzar.
EL POR QUÉ DE ESTOS RESULTADOS
Aguaí inició su proyecto cuando tenía garantizada la materia prima, es decir, los cultivos de caña. Invirtió 150 millones de dólares en esos cultivos.
En San Buenaventura se hicieron las cosas al revés. Primero montaron la planta y después se acordaron que no tenían materia prima.
En 2019 se conocieron dos estudios de expertos de Cuba y Brasil.
Los cubanos le dijeron al gobierno que la ubicación de la planta era desafortunada por la falta de caminos para sacar la producción y esencialmente porque llovía mucho así que había que esperar un largo período para el crecimiento de los cañaverales y en cambio se disponía de una corto período para la zafra de no más de 100 días.
Los brasileros en su informe, además de enumerar varias dificultades en los procedimientos productivos, apuntaron al fondo del asunto: Hay bajo rendimiento de la caña, el suelo no es apto, es decir, la caña de San Buenaventura produce menos azúcar que la de Santa Cruz.
EL DAÑO ESTÁ HECHO
San Buenaventura ha dejado un daño económico de más de 300 millones de dólares que va aumentando cada año con el déficit que produce y subvenciona el Tesoro con la plata de los ciudadanos de nuestro país. Por eso, al gobierno no le duele este desastre porque no es su dinero ni está en riego el bienestar de su familia ni el futuro de sus hijos.
Una planta que funciona con apenas el 33 % de su capacidad instalada solo puede arrojar pérdidas y nunca recuperar la inversión. Pérdidas que serían mayores si el gobierno no le diera un mercado asegurado.
Se quiera o no, el azúcar de San Buenaventura debe ser comprada por EBA, EMAPA, la Policía , el Ministerio de Defensa y otras entidades similares. El único privado que les compra es la fábrica de helados Delizia.
UN GASTITO APARTE
Por su mala ubicación, el gobierno se vio obligado a invertir en caminos y puentes. El más grande es el puente que une San Buenaventura con Rurrenabaque, sobre el rio Beni, de 374 metros, construido por la china Sinopec por más de 19 millones de dólares.
Sin este puente, sería imposible que entren y salgan los camiones que llevan caña al ingenio y sacan azúcar hacia La Paz. Obviamente lo pagó Tesoro General de la Nación.
EL PEOR DE LOS DAÑOS
Es el ambiental. La empresa estatal de San Buenaventura (EASBA) ha destruido 4.000 hectáreas de bosque para sembrar caña y ha incentivado para que las comunidades indígenas hagan lo mismo sobre 1.700 ha., en una zona no apta para estos cultivos.
San Buenaventura y Rurrenabaque, separadas apenas por las aguas del rio Beni, están en las puertas del Parque Nacional Madidi, asediado por la minería ilegal del oro, por la tala de árboles y la caza de jaguares, por los cocaleros, un parque que ha padecido los incendios de miles de hectáreas causados por estos sectores cuya actividad se ha visto favorecida por la apertura de caminos y puentes que invitan a la destrucción del Madidi.
MALTRATO
Las comunidades indígenas y campesinas de la zona que fueron tentadas para producir caña, ahora se quejan por el trato económico que reciben, según refleja el reportaje de Eliana Uchani, publicado por ANF en octubre pasado.
Ellos ponen la tierra y el trabajo y reciben solo el 20 % del precio de la caña. Aspiran a recibir el 50 %.
Parece un trato feudal al estilo estalinista.
En Santa Cruz, donde rige el modelo capitalista, se paga 35.05 de dólar por tonelada de caña, es decir, 243,9 bolivianos.
COMPARACIONES ODIOSAS
Ha sido odioso comparar el éxito de Aguaí con el desastre de EASBA, pero útil.
Para el final hemos dejado lo más doloroso, los millones despilfarrados.
En 2012, gracias a las gestiones de Gabriela Zapata, la ex novia del entonces presidente Evo Morales, la china CAMC ganó el contrato para construir el ingenio azucarero de San Buenaventura por 167 millones de dólares y se les terminó pagando 265 millones de dólares, más ases y espadas, la cifra final se acercó a los 300 millones de dólares, monto que salió del Banco Central de Bolivia, afectando nuestras reservas.
A esto sumemos otros ítems de los que no hay información disponible para la prensa como los millones gastados en el desmonte y cultivo de cuatro mil hectáreas, los déficit de ocho años de operación, la inversión en caminos de acceso y puentes y el daño ambiental.
En síntesis, esta planta montada sin mucho ingenio, le ha costado al pueblo boliviano mucho más de los 300 millones de dólares de los que regularmente se habla.
En el caso de Aguaí, como ya lo dijimos, los empresarios gastaron $us 160 millones en el ingenio, mucho menos que los 300 de San Buenaventura, y otros 150 en las plantaciones de caña, en total 310 millones de dólares, financiados por su propia cuenta.
Lo más destacable de esta inversión es que la construcción de la planta se hizo con ingenieros y empresas de Santa Cruz aunque la tecnología llegó del Brasil.
La planta de San Buenaventura es obra del capricho de Evo Morales que en esos años daba órdenes que se cumplían sin discutir, sin estudios de factibilidad ni importar cuánto cueste.
Es obra de chinos, cubanos y equipos importados de siete países, según declaró la entonces ministra de Desarrollo Productivo, Teresa Morales, guía espiritual de este desastre.