Por Sonia Montaño Virreira, vía Página Siete.-
La historia boliviana muestra más tormentas que brisas, al punto que nos hemos acostumbrado a la sucesión de caudillos más o menos letrados y estridentes que forman parte de la clase política.
La mayoría, cuando dejan el poder, deja más destrozos que construcciones sólidas. En la breve vida democrática, los caudillos han estado sobrerepresentados. Evo Morales ha sido el más característico de la era democrática: ignorante, mujeriego, machista, osado y capaz de ignorar la ley cuantas veces fuera necesario. Su conducta, sin embargo responde en gran medida a lo que la gente quiere o espera de un líder. Que robe, pero que haga obras o “aunque mienta es uno de nosotros”.
Basta ver las encuestas para ver el gran número de ciudadanos que apoyan a los mentirosos. Es cierto también que durante la revuelta de octubre, se expresó una hartazgo que no puede considerarse definitivo.
En ese escenario cubierto por la desmemoria han surgido múltiples voces que han criticado al Presidente del TSE, Salvador Romero precisamente porque tiene características opuestas a las de un caudillo populista. Que por qué no inició juicio a Morales para sacar a su partido de la contienda electoral; que por qué no se enfrentó públicamente a la mayoría de asambleístas del MAS que no han dejado de conspirar, o no propuso una nueva distribución de escaños parlamentarios para que un voto sea un voto; que cómo vamos a hacer para que los jóvenes sean empadronados y puedan ejercer su derecho al voto; que cómo se le ocurre ignorar la salud del pueblo; en fin, hasta el Contralor del anterior régimen reclamando que no se le contestara una carta, mientras ya debiera irse porque es parte de la desinstitucionalización, corrupción y autoritarismo del pasado.
Y es que Salvador Romero es un ave rara en el corral de las instituciones bolivianas. Parco y apegado a la ley. Cómo se irritan esos que lo quisieran escucharlo hablar a carajazos, siendo el paladín don Carlos Valverde, a quien no quisiera ver nunca presidente de nada. Ellos quisieran que Romero lidere la derrota definitiva del MAS y borre de un plumazo todo lo que sus críticos no pudieron eliminar durante años.
Le dicen masista encubierto sin probarlo y lo critican por lo que debe enorgullecer a cualquiera persona: su decencia. No entienden que la buena democracia debe ser un poco aburrida y sin petardos. Fingen deme ncia ante los dos tercios del MAS en la Asamblea e ignoran que acabar con esa irregularidad implicaría llevar la lucha política a las calles donde las mayorías no cuentan. Quieren modificar la distribución de escaños que favorece la representación de minorías, pero olvidan que tuvieron años para proponer algo y que la consigna de una persona un voto parece democrática, pero podría abonar otro tipo de desigualdades.
Hay muchas cosas que corregir. Eso debe ser tarea de una nueva asamblea, con un gobierno electo democráticamente. No es algo que en el corto plazo se le pueda encomendar al TSE en medio de la crisis política, económica y sanitaria y de la activa conspiración del MAS.
Con el acuerdo para realizar elecciones en septiembre, todos renunciaron a algo y el país ganó. Es necesario valorar el trabajo realizado y la capacidad de sentar a todos - casi - en una mesa, algo notable en un contexto de violencia y hostilidad. El trabajo silencioso que hizo el TSE lo convirtió en el único escenario del diálogo. Como dijo la senadora Copa, nada está escrito en piedra y su partido puede dar marcha atrás o seguir jugando a dos bandas.
También es evidente que una postergación que sólo considere los riesgos para la salud implica peligros para la democracia, dada la creciente debilidad del gobierno de transición. No deja de ser llamativo que quienes disparan contra Romero - disparos verbales- parecen dispuestos a tolerar más fácilmente la arbitrariedad y la impostura, que la corrección y la legalidad.
Criticaron la sumisión del Tribunal anterior, pero ahora quisieran que éste sea el ejecutor de acciones en un terreno minado, que lo será mientras el país no recupere la plena institucionalidad.
En el mundo ideal habría sido bueno que las elecciones se posterguen hasta que todos gocemos de buena salud, pero es evidente que una decisión en tal sentido llevaría a mucha gente a arriesgar sus vidas en conflictos en desmedro de la democracia.Quieren esperar un dictamen científico, poco probable en todo el mundo, que anuncie el fin de la pandemia, antes de fijar fecha, lo que dejaría al país en una incertidumbre, tan letal como la pandemia.
Sí pues, el TSE con Romero a la cabeza está asumiendo un riesgo con moderación y sensatez y poniendo su grano de arena en la recuperación de la confianza.
Sonia Montaño Virreira es socióloga.