Por: Manfredo Kempff Suárez |
No quiero, en modo alguno, comparar el holocausto cometido por los nazis contra el pueblo judío en Auschwitz, con la casi total destrucción de Gaza por el Estado de Israel, más de ochenta años después. Además, hay algo que es fundamental: nada tiene que ver una cosa con la otra. No se trata de una venganza judía, simplemente porque Gaza no es alemana, no está poblada por alemanes, que, además, no todos eran nazis.
Israel, conformada después de la II Guerra Mundial, está amenazada por todas las naciones islámicas del Medio Oriente y de África, sean árabes o persas como Irán; y transita por guerras permanentes contra sus vecinos, principalmente palestinos, que han jurado echar a los judíos fuera de los territorios que ocupan. El Estado de Israel está en Palestina desde 1948, pero, desde muchos años antes, Palestina estaba bajo protección inglesa y los judíos empezaron a instalarse allí. Mucho más cuando concluyó la guerra en 1945 y el pueblo hebreo, casi exterminado en los campos de concentración nazis, buscó un hogar propio.
Después de la matanza del pueblo hebreo producida con la “solución final” en la Europa ocupada por Hitler, los sobrevivientes judíos y los que vivían principalmente en América, entendieron la necesidad de crear un Estado de Israel, donde cobijarse o que, por lo menos, los representara en el mundo, en la comunidad internacional. Como ya habían estado ocupando desde décadas atrás territorios palestinos de los antiguos reinos de Judea e Israel, lograron establecerse en el lugar donde se asientan hoy. Esto les costó guerras permanentes con los vecinos, convirtió a sus moradores en un pueblo en armas, en una población de soldados, e hicieron de toda la región una zona de inestabilidad política mundial.
Decidieron no morir más como corderos en nuevos Auschwitz, Maidanek, Belsen o Treblinka, y, si el destino seguía cruel, sacrificarse combatiendo. La situación se tornó complicada desde el principio, porque los palestinos se sentían despojados de su tierra y el mundo árabe se sintió agraviado. Ahora resulta que las víctimas de la II Guerra Mundial se están convirtiendo en el pequeño fulminante que puede desencadenar otro holocausto planetario. La pequeña Israel ha desatado los demonios de todas las potencias mundiales y no ha dejado indiferente a nadie.
Si Bremen, sin ser un objetivo militar, quedó arrasada por los bombardeos ingleses y norteamericanos en febrero de 1945, cuando la guerra ya estaba decidida, y Berlín terminó siendo unas ruinas humeantes donde la población civil tuvo que vivir bajo el suelo ardiente; y si Hiroshima y Nagasaky sufrieron la temperatura calcinante de las bombas atómicas cuando Japón ya estaba derrotado, encontramos que Gaza ha sido devastada, sin necesidad. En todos los hechos anteriores nos damos cuenta de que la diosa Némesis incitó a la venganza más cruel.
El problema es que al hombre le gusta combatir, le gusta la guerra. Es su peor vicio. No existe otra explicación si observamos como Europa se prepara para lo peor, como si fuera parte de su destino. Rusia está destruyendo Ucrania. Kiev revive la II Guerra Mundial cuando tanto padeció. Leer los nombres de las ciudades ucranianas y rusas donde hoy se combate, recuerdan la invasión germana a la URSS y su pavoroso retroceso también. No sería de extrañar que en Kursk vuelvan a combatir haciendo volar hierro y acero los “panzer” alemanes y los blindados rusos en una revancha.