Por: Susana Seleme Antelo |
“La eternidad no ha sido acordada a los hombres ni a las cosas...”
-Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano
Quienes viven prisioneros de la ambición por el poder rudo, duro, criminoso, corrupto y de pensamiento único no aceptan que el ejercicio del poder político sea corto o efímero. Vale decir, que no sea eterno. Como la reelección indefinida, o el continuismo en un sistema democrático, una de cuyas premisas es la alternancia en el ejercicio del poder.
Por eso, el 21 de febrero de 2016, Bolivia le dijo NO al ex Morales en un memorable Referéndum y rechazó su cuarta postulación a una elección general, pues violaba el artículo 168 de la Constitución Política del Estado, que solo permite dos continuas. Le dijo No en democrática y pacífica movilización ciudadana porque la sociedad también estaba harta de su dictadura disfrazada de demócrata y el abuso de la democracia método: el voto instrumentalizado por un discurso populista y falsario, que desechaba y desecha su condición social, sujeta a la pluralidad y, al mismo tiempo, a la identidad de cada persona. Bolivia le dijo NO y ganó con algo más de 51% de votos, pese a la trampa sistémica del Padrón Electoral y otros bemoles.
La voluntad popular y el Art. 168 fueron desechados. Ambas violaciones son el origen de la crisis política que sufre Bolivia hasta hoy, 7 años después, con los mismos actores del centralismo obtuso, los del Movimiento al Socialismo (MAS), con el ex Morales o con Arce Catacora, enfermos ambos del Síndrome de Hubris, que en griego significa ‘desmesura’. El síndrome afecta a políticos, militares, dictadores y hombres de negocios, todos autoritarios, concentradores del poder, al punto que esos patrones de conducta política ya se denominan “La ‘Enfermedad del Líder.’ En otras palabras, autócratas, ególatras, narcisistas, transgresores de todos los límites en una sociedad que se desea democrática y jurídicamente organizada. Hacen gala de un desprecio enfermizo frente a ‘los otros diferentes’, frente a la verdad histórica, de ahí el apego a la mentira sistemática. Desprecian la justicia como bien común y por eso la politizan creando guillotinas judiciales contra la oposición política. Tienen ínfulas totalitarias, proclives a la barbarie que mata, como mató el ex Morales, como Putin en Ucrania, o como despojan Ortega-Murillo de la pertenencia a la Patria a quienes piensan y sienten diferente, en Nicaragua.
Aquel 21 F de 2016, la sociedad boliviana se unió en torno a ese NO y la victoria coronó sus esfuerzos, que Morales violó, y volvería a violar con su espuria habilitación, en 2017, como candidato a la reelección indefinida, merced a un servil Tribunal Constitucional que le otorgó un supuesto derecho humano para hacerlo. Así fue candidato en 2019 y consumó la fechoría del fraude electoral, confirmada por la OEA y la Unión Europea, para no dar lugar a la alternabilidad política. Ante ese peligro, la sociedad boliviana reprodujo la unidad frente al poder dictatorial y en 21 días de paro, al grito de “nadie se cansa, nadie se rinde, Evo de nuevo, huevo carajo” condujo al binomio Morales-García a un ir y venir a salto de mata, sorprendido por la respuesta ciudadana masiva, pacífica y luminosa. Tanto que forzó su renuncia, su huida al México de López Obrador, el del Socialismo del siglo 21, copia fiel de otros pretéritos, todos terminados en descalabros económicos, iliberales, autocracias y dictaduras. Desde su exilio, el fugado ‘ex’ instigaba con el estribillo “ahora si guerra civil”, incendiaba al país, para recalar luego en la Argentina kirchnerista. Hoy, aquí sigue, impune e inmune en su Chapare cocalero, que cultiva la materia prima de la cocaína y produce la droga, a pesar de todos sus crímenes, entre ellos los golpes propinados al Estado de Derecho.
Queda latente la pregunta de por qué la sociedad boliviana civil y política, con dos victorias democráticas tan contundentes, no pudieron ‘unirse’ ni en 2019 ni en 2020 para enfrentar al enemigo político. La dispersión fue en denominador común. ¿Qué pretendían las candidaturas de oposición el año 2020, sin proyecto común y sin calibrar la naturaleza del enemigo principal? Y la pregunta será siempre válida porque en las elecciones de ese año ganó el MAS con el heredero del ‘ex’, Luis Arce Catacora, tan desprolijo y despiadado político como su mentor. Siendo Arce el ministro de economía de Morales, él también propició el despilfarro de la bonanza económica por los altos precios de las materias primas, ambos torpes de entendederas, como todos los bolivarianos que nunca han renunciado a sus afanes para hacerse del poder total. Con el MAS en el poder, aún dividido y enfrentado por el poder, la sociedad boliviana sigue sufriendo el terror político, la deshumanización de la justicia, el fanatismo de la sustitución de importaciones, el déficit fiscal hace 8 años y el derrumbe de la decencia por la ausencia de la ética política de la mano de la Ley.
La unidad política requiere mucho más que una candidatura: se construye escuchando con la mirada abierta, paso a paso, siendo el último, la candidatura y el nombre. Asumo que la sociedad política de oposición boliviana no padece el Síndrome de Hubris agudo o crónico, pero hay señales nacionales y locales que preocupan, pues sigue sin darle respuestas coherentes a las demandas de la sociedad, hambrienta no solo de pan, justicia y libertad, sino de educación, conocimiento, e inteligencia política. La que conduzca a la unidad posible.
| Susana Seleme Antelo es periodista y analista política.