BRASIL: LA PEOR DE LAS PESADILLAS

Desafortunadamente, la 2da ronda tendrá el choque de dos de los peores candidatos disponibles. Queda esperar que al menos respeten al votante, pero, a juzgar por el historial de ambos, es mucho esperar.

Vía: estadau.com | 

Esto es lo que se necesita para confiar en Luiz Inácio Lula da Silva para “salvar la democracia”. Incluso con Jair Bolsonaro como oponente -el presidente que mereció el mayor rechazo en el cargo-, el líder del PT se mostró incapaz de reunir a la mayoría del electorado en torno a su candidatura. Ahora, Brasil tendrá el tormento de otras cuatro semanas de una campaña electoral que no solo ha sido hasta ahora la más desprovista de propuestas e ideas en la historia nacional reciente, sino que también entra en una fase aún más dolorosa, cuando se reduce a dos candidatos. que son, cada uno a su manera, la antítesis exacta de lo que necesita el país.

No hay la menor condición de cuatro años más de Jair Bolsonaro. Su gobierno fue caótico, conflictivo, inhumano y terriblemente destructivo. Bolsonaro incumplió el primer y más básico compromiso de un Presidente de la República: respetar y defender la Constitución de 1988. Amenazó el proceso electoral, involucró a las Fuerzas Armadas en temas político-partidistas, fue silencioso y perverso en la pandemia, desorganizado la administración pública, irrespetó las leyes fiscales y electorales, implosionó el sistema de protección social, mostró connivencia con escándalos de corrupción en las carteras de Educación y Salud, convirtió el manejo del presupuesto público en moneda de cambio política -subvirtiendo los criterios de transparencia y eficiencia- y utilizó el aparato estatal para perseguir a opositores políticos y beneficiar a familiares y amigos, entre otros fracasos. 

Jair Bolsonaro

En otras palabras, Bolsonaro violó casi todos los principios republicanos y democráticos que este diario ha defendido desde su fundación, por lo que no podemos considerar apropiado para el país que este señor sea reelecto. Si la Procuraduría General de la República o el Congreso hubieran cumplido con su rol de protección de la ley y del régimen democrático, como hemos argumentado en varias ocasiones en esta página, el candidato del PL hoy no sería elegible. Y el votante estaría libre de estar sujeto a la pesadilla de la reelección del presidente.

Por su parte, Lula da Silva consideró que bastaba con tener en el horizonte la posibilidad de la reelección de Jair Bolsonaro para que el votante crítico del presidente apoyara incondicionalmente la candidatura del PT. No consideró necesario presentar un programa de gobierno ni comprometerse con ninguna propuesta concreta para los próximos cuatro años. Pidió a los votantes un cheque en blanco, algo que Lula y el PT, como es bien sabido, nunca merecieron. El partido de Lula se superó a sí mismo en audacia. Tras ser protagonista de los dos mayores escándalos de corrupción de las últimas décadas, quiso obtener el apoyo mayoritario del electorado sin disculparse con la población y, sobre todo, sin presentar qué hará diferente para que la corrupción no vuelva. Ayer las encuestas mostraron que la táctica traviesa no funcionó. No es suficiente resaltar el carácter oscuro de la administración de Jair Bolsonaro. El régimen democrático exige más a quien quiere ser presidente de la República.

Lula da Silva

Si realmente quisiera mostrar preocupación por la democracia, Lula habría comenzado por alejarse, sin rodeos, de sus compañeros dictadores de izquierda en América Latina; habría declarado, sin lugar a dudas, su respeto por la libertad de prensa, abandonando cualquier idea de controlar lo que los medios publican o dejan de publicar; y habría rechazado el amaño ideológico de la maquinaria estatal y la conducta irresponsable de las políticas económicas, marcas del lulopetismo que terminaron por dividir a la sociedad. Pero Lula no hizo nada de eso y no hay que esperar que lo haga nunca, razón más que suficiente para que también este diario rechace el voto a este señor.

Ante tal escenario, lo que se espera es que los dos contendientes en la segunda vuelta al menos respeten la inteligencia del votante y mantengan un mínimo de civismo. A juzgar por lo que sabemos de ambos, desafortunadamente, es pedir demasiado.