Por: Agustín Basave |
El derrumbe de la Unión Soviética trastocó el mapa geopolítico. Desembocó en la disolución del Pacto de Varsovia, el ingreso de varios países de Europa del Este a la Alianza Atlántica y la unipolaridad estadunidense. Aunque se mantuvo como potencia nuclear, Rusia perdió escudo perimetral e influencia. A juicio mío, el fondo del conflicto que hoy tiene al mundo en vilo está ahí, en la voluntad de Vladímir Putin de retomar una hegemonía política del tamaño de su poderío militar. Su objetivo va mucho más allá del legítimo derecho a tener fronteras seguras y el consecuente rechazo a la entrada de un vecino por parte de la OTAN, en buena hora descartado por Zelensky: la invasión a Ucrania es el segundo paso —el primero fue la de Crimea— rumbo a la recreación del zarismo imperial.
Lo que me parece un fenómeno digno de estudio es el surgimiento de una izquierda zarista. Podría entender el odio de algunos izquierdistas a la superpotencia capitalista —que suele ser mayor a su amor a la justicia social— y su antipatía hacia el occidentalizante gobierno ucraniano: querrían, más que el triunfo ruso, la derrota de Estados Unidos. Pero la fascinación con alguien que dista muchísimo de ser de izquierda, que en todos sentidos se sitúa a la derecha de Biden, me resulta casi incomprensible. ¿Qué les atrae de Putin? La igualdad socioeconómica no está en su agenda y no parece otorgar prioridad a los derechos humanos, antiguos o nuevos. ¿Acaso simpatizan con los oligarcas, o son cristianos ortodoxos renuentes al derecho a la diferencia o aprueban la homofobia? ¿Dónde quedó su pacifismo? Vamos, ¿qué es lo que hace al nuevo apparatchik ruso atractivo para ellos? ¿Mero atavismo autocrático?
El caso mexicano es ilustrativo. La semana pasada, diputados cuatroteístas —del PT y de Morena— instalaron el grupo de amistad México-Rusia en la Cámara de Diputados, y el momento fue el mensaje. Decidieron rebasar la “neutralidad” de AMLO —entrecomillo porque, como diría Desmond Tutu, ser neutral ante una injusticia es elegir el lado del opresor— y enviaron una señal de apoyo al ataque armado. ¿Que Estados Unidos también ha invadido naciones soberanas indefensas? Por supuesto, y en su momento muchos lo condenamos. ¿Que hay manipulación informativa? En todas las guerras se libran batallas paralelas por la opinión pública, pero cuando un ejército poderoso intenta avasallar a un país más pequeño —lo bombardea, mata civiles y provoca una crisis humanitaria— no deja margen de maniobra a las relaciones públicas.
Dostoievski, en Crimen y castigo, repudia la romantización de la violencia: juzga un absurdo ético creer “que es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos”. La invasión es indefendible. Por lo demás, si la izquierda nace de la indignación ante la injusticia, ¿cómo pueden quienes se dicen izquierdistas defender la agresión de una potencia militar a una nación más débil? ¿Por qué no reprueban la guerra y su destrucción y respaldan al oprimido? Pareciera que siguen viendo a Moscú como capital del socialismo, movidos por algo parecido al síndrome de miembro fantasma, al dolor del socialismo real amputado.
Yo no tengo la menor duda: condeno categóricamente el jingoísmo de Putin y manifiesto mi solidaridad con el pueblo ucraniano.
| Ronald MacLean Abaroa fue alcalde, ministro de Estado y Canciller de la República de Bolivia