Por: George Komadina | 20.10.2019 |
Cuando algún historiador del acontecimiento contemporáneo escriba sobre las peripecias de estas elecciones, si su trabajo es fino en el detalle, reservará unos párrafos para la imagen y la voz de Amalia Pando y su programa Cabildeo. Yo no los olvido, sobre todo los últimos. Intentará ser objetivo y advertirá una progresiva radicalización en su narración periodística y dirá que su hilo conductor es un anti-evismo obsesivo que evita el contorno de los hechos y las múltiples maneras de decir las cosas. Pero, insatisfecho, borrará todas esas líneas políticamente correctas y dejará de escribir unos días para encontrar el tono y el estilo adecuado. Abandonará las preciosas miniaturas de Carlo Ginzburg y buscará algún libro de Jules Michelet para atrapar su poder literario y su visión de la historia como una lucha entre la fatalidad y la libertad. Se detendrá en el programa ¡Chao, Chao, Chao! emitida unos días antes del 20 de Octubre, la caída del dictador. Amalia imagina lo que sucederá después, el lunes de revolución, el día de la resaca.
El historiador glosa esa anticipación, añadiendo alguna que otra cosa de su cosecha como debe hacer un buen escritor:
“El rostro de Evo ha cambiado estos días, se adivina la tristeza, la depresión (La semiótica del rostro es más eficaz que las encuestas, parece decir Amalia). Sospecha que sus asesores le mintieron. Hay una atmosfera de salida, sin barricadas ni llantas quemadas en las calles. Convoca al pueblo a ir a las urnas y votar naranja. Cuando la gente sienta que el régimen cayó se volcará a arrancar las gigantografías, los sellos de “Evo Dictador” en el teleférico, las galletitas de BOA y subirá a la Casa del Pueblo para pasear, para conocer el jacuzzi, el dormitorio, la cama de 3000 dólares, los 1000 metros cuadrados de su departamento. ¿Qué hará? ¿Cuándo y dónde se irá? No sabemos, pero se tendrá que ir en BOA como un pasajero normal. No volverá a su chaco en el Chapare. Tal vez vaya a la Argentina donde le ofrecerán asilo o mejor a Cuba donde tendrá privilegios de ex presidente. Pero ¿podrá salir? ¿La gente lo dejará salir? ¿O primero tendrá que dar explicaciones?”
¿Anticipación, utopía, ucronía, profecía auto cumplida? ¿Cuál es el género de Amalia? No importa, dirá el historiador, todo puede suceder cuando el tiempo se descoyunta, incluso lo que parece imposible.
Y allí estará ella, la gran Amalia. Ha dejado de ser la periodista seria e implacable y la perspicaz analista de la política boliviana. Se ha convertido en un proyectil que cruza certero el campo de batalla.