Por: José Luis Saavedra |
El próximo 17 de junio voy a cumplir 60 años; pero, en este artículo, no voy a hablar de la experiencia vivida (la expresión es de Fanon) durante un poco más de medio siglo, sino de cómo he ido visualizando las problemáticas fundamentales de nuestra sociedad. Y voy a hacerlo tanto desde el campo de la formación académica, como de la producción teórica e intelectual y consiguientes opciones de militancia política y epistémica.
El primer campo de aprendizajes ha sido, sin duda alguna, la contradicción de clase, es decir el marxismo, aunque sin ser parte de ningún grupúsculo de izquierda, de los muchos que pululaban -parasitariamente- en la universidad pública de los ochenta. Ahí lo sustancial ha sido la lectura tenaz y rigurosa de las obras de Karl Marx, primariamente de El Capital (la versión traducida de la cuarta edición alemana por Juan B. Justo).
La lectura de las obras de Marx ha sido hecha por la motivación primordial de mi amigo y maestro Guido de la Zerda, a quien le agradezco infinitamente por haberme regalado -generosamente- los tres tomos de El Capital. Y también le agradezco por la recomendación fraternal de no perder tiempo leyendo el marxismo de thanta qhatu, tal como el manual de Economía Política de Nikitín o los panfletos de la Harnecker.
Un ámbito complementario de formación marxista ha sido el emergente del compañerismo con mi amigo y hermano del alma: Orlando Camacho, el entrañable Maky, con quien he adquirido el gusto por el marxismo crítico y la lectura de la valiosa y reveladora obra -teórica y política- de Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Georg Lukács y (ya en la UCB) Herbert Marcuse y Ernst Bloch. Y creo que el aprendizaje más significativo -de y en esa etapa de formación- ha sido el descubrimiento -a instancias del Maky- y la lectura de la maravillosa obra de El Amauta José Carlos Mariátegui y los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, además de Flores Galindo, La Agonía de Mariátegui.
El segundo ámbito de aprendizaje ha sido la militancia orgánica en el Movimiento Katarista, cuyo principal animador ha sido mi compañero y hermano del alma Williams Colque, a quien también le agradezco por su generosidad, prodigalidad y magnanimidad. En este contexto político, el aprendizaje más característico ha sido el de la contradicción colonial y la teoría del colonialismo interno (producida de manera independiente de Gonzales Casanova).
El katarismo asume, con una lucidez realmente extraordinaria (en debate con la izquierda q’ara) y sin necesidad de negar la contradicción de clase, la histórica persistencia (desde hace 500 años) de la contradicción colonial. Aquí hay, pues, una muy consciente comprensión de que la contradicción fundamental, en las sociedades y pueblos andinos, no es sólo la de clase, que no se la niega, sino que se la subsume en el contexto de la contradicción mayor: la de carácter colonial y colonialista. De aquí la reivindicación katarista, en y con perspectiva radicalmente emancipadora, además de liberadora y descolonizadora, tanto de las clases explotadas como de los pueblos y naciones oprimidas.
La militancia katarista también me ha permitido articular con la memoria de las heroicas luchas, protagonizadas por los pueblos y comunidades quechuas, de Ayopaya, y lideradas por mi abuelo Luciano Saavedra, quien ha sido el segundo hombre, luego de Hilarión Grajeda, en realidad el estratega militar (por su experiencia combatiente en la guerra del Chaco) de la rebelión de Ayopaya de 1947, que ha sido generada por la restitución de las tierras comunales usurpadas por el latifundismo blanco-mestizo.
El katarismo, además, me ha consentido relacionar la militancia política con los Estudios Doctorales en la Universidad Andina, sede Ecuador, por cuyos aprendizajes agradezco -con todo el alma- la generosidad de la maestra Katherine Walsh. Durante el Doctorado he podido sistematizar, con la lúcida y generosa orientación de profesores geniales, como Santiago Castro-Gómez, Arturo Escobar, Agustín Lao-Montes, Nelson Maldonado-Torres, Walter Mignolo y Aníbal Quijano, la centralidad de la raza, el racismo colonial y, consecuentemente, la colonialidad del poder, del ser y el saber, y la constitución histórica del sistema mundo moderno colonial y capitalista.
Los Estudios de y en el Doctorado me permitieron comprender el carácter fundante de la raza y el racismo colonial, obviamente reforzado con la lectura de las obras fundamentales del negro genial (la expresión es de Reinaga) Frantz Fanon: “Los condenados de la tierra” y “Piel negra, máscaras blancas” (los he leído en este orden) y, más recientemente, el eminente libro “Marxismo negro”, de Cedric J. Robinson, quien explica por qué la lucha de clases es insuficiente para revelar la opresión racial. El entendimiento y la solidad con las luchas de los pueblos y comunidades afrodescendientes se ha fortalecido con la afectuosa amistad de los intelectuales negros: Juan García (en Ecuador) y Juan Angola (en Bolivia).
El tercer espacio implica que, el discernimiento de las contradicciones de clase y las de raza y racismo, son insuficientes para entender el complejo entramado de la realidad social. Hace falta pensar otra contradicción fundamental, la de género y las complejas articulaciones de la dominación patriarcal y la violencia machista y feminicida, principalmente en el contexto de la modernidad colonial y capitalista. Sin desconocer la complejidad de esta problemática, por razones de espacio me limito a agradecer a mi querida e íntima amiga Esther Andrade, hoy delicada de salud, y a los libros, extraordinariamente lúcidos y radicalmente comprometidos, de mi maestra y amiga entrañable Rita Segato.
Finalmente, está la comprensión de la contradicción radical: capital versus vida. Aquí sólo me queda espacio para agradecer a la maestra Vandana Shiva y su maravillosa propuesta ecofeminista, que la voy a desarrollar en el próximo artículo.
| José Luis Saavedra es miembro de Somos Sur y profesor de teoría y política poscolonial.