Por: Enrique Velazco Reckling |
En su primera reunión del “gabinete ampliado”, el presidente Luis Arce ha pedido a quienes lo acompañan en la gestión de su gobierno, “continuar con el desmontaje neoliberal” porque estaría trabando su gestión. Desde 2005, el uso más frecuente de “neoliberal” es de adjetivo descalificador de toda persona con opinión crítica a las políticas oficiales, lo que lleva a falsos debates que ocultan los temas de fondo. La condición necesaria para salir de la compleja crisis sanitaria y económica actual, es elevar la calidad de los debates, para lo que precisar conceptos tiene que ser parte de una reflexión compartida.
El neoliberalismo
se asocia conceptualmente al llamado Consenso de Washington (CW), que es un
listado de 10 lineamientos de políticas en lo comercial, fiscal, monetario, financiero y productivo. Sin embargo, en
el proceso boliviano, el CW no podría definir neoliberalismo, a menos que
aceptemos que el Estado Plurinacional es 90% neoliberal: excepto “privatizar
las empresas públicas”, todo el decálogo del CW se incorporó en la CPE de 2009.
Tampoco son útiles ni orientadoras las manifestaciones del “anti-neoliberalismo”
que estaría expresado en el control de la propiedad de los recursos naturales:
primero, para los grandes capitalistas, el negocio no es tener recursos
naturales sino controlar los mercados y, segundo, hay muchas economías auto-declaradas
liberales que controlan sus recursos, y abundan los ejemplos de economías
capitalistas con poderosas empresas públicas y con Estados fuertes que intervienen
en mercados como productor o promotor (especialmente de los financieros).
Incluso, subvenciones y programas asistenciales con transferencias (“bonos”),
fueron parte de las economías centrales desde la Gran Depresión y en el estado
de bienestar de posguerra; desde los años 80, muchos de estos programas han
sido impulsados por el Banco Mundial como parte de “estructuras de goteo”
diseñadas para dar aire y estabilidad social a gobiernos que aplicaron los ajustes
estructurales del modelo neoliberal.
En resumen, estas políticas −comúnmente asociadas
al neoliberalismo− ni lo definen ni lo caracterizan. Pueden incluso ser
instrumentos útiles de política en contextos específicos, al margen de la orientación
ideológica del estado: por ejemplo, el gasto fiscal descontrolado o el
aislamiento comercial, no son recomendables ni a socialistas ni a capitalistas.
Pero, centrar el (falso) debate en estos temas,
oculta los dos verdaderos principios doctrinales del neoliberalismo: a) la distribución
del ingreso con superioridad del capital sobre el trabajo;
y b) que la oferta en el mercado determina los niveles de empleo y de los
salarios.
En términos simples, el primer principio significa
que, en la visión neoliberal, los aportes del trabajo y del capital a la
creación del ingreso, se deben remunerar según su valor relativo en el mercado.
Con este principio, el crecimiento neoliberal privilegia la inversión (capital)
como la fuente de creación de valor: fomenta el extractivismo rentista en las
economías menores, y la financiarización en las avanzadas; en general, recurre
a “relatos” para ocultar la inequidad del modelo bajo argumentos “sociales”:
por ejemplo, privilegian políticas de control de la inflación sobre las de
pleno empleo, porque la “inflación es el peor impuesto a los pobres” cuando, lo
que realmente se busca, es preservar el valor de los activos financieros.
Por el segundo principio, la dinámica económica
está determinada por la oferta (generada con la inversión); el mercado asegura
la demanda “ajustando” los precios relativos, incluidos los salarios; es decir,
a mayor oferta bajan los precios, de manera que, para permanecer en el mercado,
es legítimo que las empresas reduzcan empleo y/o salarios; “demuestra” que
existe una tasa natural de desempleo, con lo que justifica políticamente el desempleo y
debilita la posición negociadora de sindicatos; apoya el uso de tecnologías
intensivas en capital, y tasas
de interés reales más altas, en favor del sector financiero y de los
dueños del capital.
Como efecto, desde los años 80, hay
una sistemática y generalizada caída de la participación de la remuneración al
trabajo en la distribución del ingreso, una creciente concentración de la
riqueza, alta financiarización, y una fuerte precarización del empleo. En
Bolivia, desde 2008 se “re-primarizó”
la economía, acentuando el extractivismo y la financiarización; controlar la
inflación es la mayor prioridad macroeconómica; el auto-empleo y la precarización
del empleo aumentan (desde 2016, somos la economía más informal del mundo), a
la vez que el gobierno declaraba en 2018 que sus mayores logros se habían
alcanzado en el ámbito financiero, en el que las utilidades de los bancos
crecieron en 802% desde 2008.
Frente a esos logros, la “tajada” de los asalariados
en la distribución del PIB, cae del 36% en 2000, al 25% en 2013, para luego
situarse en un 30%. Como
consecuencia, entre 2008 y 2018 los asalariados dejaron de percibir 210 mil
millones de Bs respecto a lo que hubieran recibido con la distribución del
2000; en el mismo período, el gobierno transfirió 35 mil millones de Bs en
bonos: seis veces menos que “la remuneración confiscada”.
El objetivo de una economía efectivamente “anti-pos”
neoliberal, sería el pleno empleo, con el crecimiento originado en la creación
de valor por el trabajo, el esfuerzo y la creatividad del ser humano; y con las
personas –no el gobierno o el capital, como las destinatarias directas y
finales de los beneficios del crecimiento. Esto implica considerar al empleo
digno como base del crecimiento y de la superación de la pobreza; al capital
como un medio y no como el fin; y abandonar las políticas asistenciales que
sirven sólo para ganar capital político.
En síntesis, más allá del discurso, doctrinalmente
el actual modelo está peligrosamente cerca de calificar más como neoliberal,
que como “anti”; para ser consecuentes con el discurso, hay
mucho que corregir, porque la
evidencia muestra gran distancia entre lo dicho y lo hecho.
Enrique
Velazco Reckling es investigador en desarrollo productivo, (Ph.D.), Director Ejecutivo de la Fundación INASET