Por: Johnny Nogales Viruez |
Los resultados de la consulta nacional no sólo alteraron el mapa político del país; también dejaron lecciones profundas sobre el comportamiento ciudadano y el destino de las principales fuerzas partidarias.
La derrota del Movimiento al Socialismo y de sus desprendimientos constituye el hecho más contundente. El rechazo ciudadano no fue coyuntural, sino la consecuencia de años de despilfarro, corrupción y un manejo estatal abusivo que minó la confianza pública. El voto expresó con claridad que la era del hegemonismo terminó y que la sociedad boliviana exige alternancia, transparencia y eficiencia.
Un elemento que no puede pasar inadvertido es el altísimo porcentaje de votos nulos. Si se descuenta la media histórica de anteriores elecciones, lo que queda revela la persistente influencia de Evo Morales. Aunque derrotado en el plano institucional, conserva un núcleo duro de seguidores. Esa masa constituye una señal inequívoca de que sus bases no han desaparecido y de que serán impelidas a cuestionar, con reclamos furibundos, la legitimidad de las difíciles decisiones del próximo gobierno.
En este panorama, el 8% alcanzado por Andrónico Rodríguez tampoco es un dato menor. Lo coloca a la cabeza de una corriente renovadora que podría reconfigurar el espacio de la izquierda. Su futuro, sin embargo, dependerá de una tarea compleja: marcar distancia de los viejos caudillos, deslindarse del estigma del narcotráfico y asumir un compromiso firme contra la corrupción y la ineficiencia que caracterizaron a los gobiernos masistas. De lograrlo, podría convertirse en referente de una izquierda renovada; de lo contrario, corre el riesgo de quedar atrapado en la decadencia de un ciclo que la ciudadanía parece haber clausurado en las urnas.
Samuel Doria Medina fue, sin duda, el blanco preferido de la campaña. Por encabezar la mayoría de las encuestas, recibió ataques desde todos los ángulos. Se lo etiquetó como “socialista” para emparentarlo con el MAS, pese a ser uno de los empresarios más exitosos del país y a declararse de “extremo centro”. Su programa y plan de gobierno distan mucho de ser estatistas, pero la propaganda insistió en lo contrario. Tampoco faltaron quienes desempolvaron su paso como vicepresidente para América Latina en la Internacional Socialista, poniéndolo al mismo nivel que líderes como Pedro Sánchez u otros referentes de la izquierda radical.
El golpe más artero vino en forma de pregunta insinuante: ¿su campaña se financiaba con recursos del narcotráfico? Desde allí se desató una serie de ataques que forzaron incluso la renuncia de una de sus candidatas. Circularon audios y videos manipulados, con versiones distorsionadas de sus vínculos con Luis Fernando Camacho, Marcelo Claure o un viceministro masista. La ofensiva alcanzó incluso a miembros de su familia, cruzando límites que ni siquiera la mafia suele transgredir. La acumulación de diatribas, sumada a la decisión de no enfrentarlas con rapidez, por su aversión a luchar en el estercolero, terminó calando en la percepción ciudadana. El viejo axioma de “miente, miente, que algo quedará” volvió a surtir efecto. Así, su candidatura pasó de liderar las preferencias a un tercer lugar que lo inhibe de disputar la presidencia. Ojalá que, a pesar de todo, los amargos resabios no le impidan sumarse a un gobierno de unidad.
Jorge “Tuto” Quiroga, en cambio, cimentó su preeminencia en el carisma, el conocimiento de los temas nacionales y su vasta experiencia política. Pese a no contar con un partido propio, logró articular una estructura de campaña eficiente y visible. Su verbo ágil y su dominio de los asuntos económicos fueron fortalezas comunicacionales, aunque en ocasiones la abundancia de ideas en un solo discurso terminó por disminuir la claridad de su mensaje.
Algunas decisiones sobre colaboradores o candidaturas dejaron un sabor a desaciertos. Sin embargo, su indiscutida capacidad para ocupar el más alto cargo lo mantuvo siempre entre los favoritos; nunca cedió terreno y se presentó como un ganador, lo que constituye un notable avance respecto a 2020, cuando tuvo la hidalguía de reconocer que carecía del respaldo suficiente y que podía entorpecer a otros postulantes enfrentados al “caballo del corregidor”. Hoy, consolidado como líder y figura política de primer orden, lo aguarda la etapa más dura: el examen final que impone la llegada al poder.
En el caso de Rodrigo Paz, la sorpresa fue aún mayor. Con la más modesta de las campañas, luchó palmo a palmo por hacerse un espacio en los debates y recorrió miles de kilómetros en condiciones precarias para reunirse, conversar y abrazar directamente a la gente. Lo hizo de manera sistemática, con énfasis en sectores que los demás candidatos habían ignorado. Su discurso, sencillo y directo, se resumía en una frase que conectó con la población: cambiar “el país tranca”.
Su aventura sufrió un temprano revés con la renuncia de su candidato a la vicepresidencia. Hoy, sin embargo, puede repetir el viejo adagio: “no hay mal que por bien no venga”. Encontró entonces una dupla excelente con el ex capitán de policía Edman Lara - expulsado tras denunciar abusos y transgresiones -, que ya venía trabajando con los sectores más populares. Juntos construyeron una fórmula mucho más potente de lo que cualquiera imaginaba.
Lo que parecía una candidatura meramente testimonial se transformó en fenómeno electoral. Desde posiciones modestas, alcanzaron la mayor votación en los comicios de ayer. Ese ascenso, no obstante, los ha colocado en el nuevo centro de los ataques. En la obstinada dicotomía entre izquierda y derecha, algunos han querido verlos como una nueva versión del masismo, porque conquistaron los mismos bastiones que en el pasado se teñían de azul. En lugar de interpretarse como una victoria que arrebató al socialismo sus feudos tradicionales, el resultado ya es señalado como producto de un supuesto contubernio. Ésa es apenas una de las sindicaciones que deberán enfrentar. Haber llegado a la final les exige pagar ese alto precio. Ahora les corresponde demostrar que están preparados para salir airosos de la más exigente de las batallas.
Finalmente, conviene subrayar que, por la composición de la Asamblea Legislativa ya definida en la votación de ayer, el socialismo/masismo ha quedado reducido a una bancada esmirriada. No obstante, el verdadero peligro no se limita al Parlamento; las amenazas más graves provendrán desde afuera. Ante ese panorama, resulta apropiado realizar una negociación previa de fuerzas políticas afines, que permita tener la certidumbre de que el futuro gobierno podrá aprobar las normas indispensables para enfrentar la crisis y reorientar el país hacia una economía libre, con atención prioritaria a los problemas sociales más urgentes.
Depongamos los fanatismos y evitemos los agravios: la democracia se fortalece en el respeto mutuo y la convicción de que nuestros anhelos comunes requieren del esfuerzo plural.
Nos quedan aún la zozobra y la incertidumbre, no sólo por la elección final del presidente y vicepresidente, sino también por el rumbo que podría tomar el gobierno - y en particular la economía - en los próximos tres meses.
Permanezcamos atentos.
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