Por: Gonzalo Rojas Ortuste |
El momento del surgimiento de estos términos, cuando los que apoyaban los novedosos cambios en la Rev. Francesa y los que no, dieron lugar a términos de larga vigencia en los posicionamientos en política moderna. Lo primero que hay que destacar que no son neutros tales términos (que no conceptos) en tanto par clasificatorio; responden al momento histórico de cambio, o de fin de época e inicio de otra.
Inscritos esto términos en el ámbito de la ideología, cumplen de manera notable dos requisitos para su éxito y permanencia, su simplicidad y que son activadores de emociones, una vez que se asocian con valores y orientaciones político-afectivas. Así, para “izquierda” quedan asociadas las ideas de liberación (antes que de libertad) e igualdad. A los inicios también el de fraternidad, que fue transmutando en solidaridad.
Para “derecha” se asocian ideas de conservadurismo, como defensa del status quo, familia que deviene en individualismo, o mejor, en egoísmo (de grupo) que finalmente tomará fuerza como “libertad económica”.
LOS USOS DE LA HISTORIA
Las variaciones consignadas intentan sugerir que las ideas fuerza iniciales que se asocian a esos términos han ido cambiando de énfasis en el mismo proceso histórico de la modernización en Occidente; y en particular en Europa, con fuerte irradiación en todo el mundo, especialmente en América Latina (en la América anglosajona su impronta es menor, debido a las condiciones especiales de la independencia estadounidense, carente de Ancién Regime, etc).
Tan importante como lo anterior, la idea madre del proceso, es la de progreso, después “desarrollo”, que podemos decir es la matriz epistemológica de comprensión teleológica de la historia en Occidente moderno. En Rousseau había más bien desconfianza en ideas de las instituciones modernas, junto con la denuncia de la desigualdad social. Kant, que intentó un programa filosófico-político a partir de las ideas del ginebrino, finalmente cree que leída en “clave cosmopolita” la historia de la especie humana avanzaba para bien, con dificultades, pero con el ejercicio de la razón había buen destino. Hegel y después Marx serán entusiastas de la idea de progreso de las “fuerzas históricas” que nos conducen a buen puerto. Los marxistas, por sus propias razones, compartirán el optimismo determinista de la ciencia positivista de Comte, adalid de la modernización social con cautela: el consenso del s. XIX por el cambio como cosa buena es casi unánime.
En el mismo siglo también fue manifiesto el espectáculo de explotación de los obreros, la depauperación del campo y la activa cultura de solidaridad entre los explotados con una apreciable cultura humanista. Con sus matices e intensidades, eso empezó a ocurrir en Am. Latina y más evidente en el s. XX. La izquierda eran entonces los anarquistas y los socialistas/comunistas. La violencia, como arma revolucionaria, no tenía por qué ser excluida para cambiar ese injusto orden de cosas. Al final, “la historia nos absolverá”. Las revoluciones sociales, lo prueba la historia, devienen conservadoras. Trotsky escribió que los revolucionarios añoran el orden al día siguiente de haber tomado el poder. Las voces más reformistas como Proudhon, solo exibían La miseria de la filosofía, o encarnaban al “renegado Kautsky”. Recién a mediados del s. XX hubieron voces fuertemente críticas del arsenal izquierdista (como Camus o el Dr. M.L. King), pero la Nueva Izquierda estaba encantada con la retórica del hombre nuevo que enarbolaban figuras como el Ché o Fanon.
Por eso que en Am. Latina, recién en los 80s hubo una reconsideración del valor político de la democracia, con el éxito de la transición española. La llegada al gobierno del llamado socialismo s. XXI, con su marcado autoritarismo, obliga a alejarnos de la dicotomía ya maniquea de izquierda-derecha, con unos ejes que incluyan democracia y medio ambiente como datos inexcusables para pensar-impulsar una mejor sociedad humana, con menos grandilocuencias militaristas y mayores sensibilidad a las culturas vivas de los pueblos diferentes, aunque no incompatibles, con proyectos polifónico.
| Gonzalo Rojas Ortuste es coordinador del Doctorado Multidisciplinario en Política Sociedad y Cultura