Por: Gonzalo Rodríguez Amurrio |
A la semana de los resultados de segunda vuelta de las elecciones para las gobernaciones en cuatro departamentos del país, donde termina perdiendo el partido de gobierno, su jefe permanente se encargó de plantear la dicotomía: o están con Evo o están contra Evo. Y con inminente represalias para quienes resulten considerados anti-evistas.
Así, quien siempre buscó ser llamado el jefazo ya hace pública su lista de los “traidores” a la par que habla de una “purga” dentro su partido y dentro el propio gobierno. Al final de cuentas éste último en su visión solo es o “debe ser” un instrumento del jefazo y no un órgano con autoridades con decisiones propias, por mucho que así digan las normas.
Con todo ello no hay resquicio de duda en cuanto a que entre los principales orígenes del carácter autoritario del régimen esté el evismo, una construcción mítica iniciada mucho antes de que asumieran el gobierno en 2006 y que buscaron remacharla para siempre desde el gobierno y la frustrada reelección indefinida, y hoy saltando sobre el gobierno actual.
Un proyecto de tal naturaleza, centrado en el hombre mito, requería también en sus orígenes modificar las reglas de juego de la interpretación cultural, de los procesos electorales, administrativos y judiciales; con un claro sesgo de inclinar la cancha a su favor.
Por ello la entronización de Evo en el templete de Kalasaya (Tiwanaku 2006) buscó enraizar el hombre mito, aquél en torno al cual debe girar todo y sin él nada puede existir.
Apuntaron al control de las fuerzas del orden con miras de sometimiento partidario. Desconociendo la propia institucionalidad de las fuerzas armadas y de la policía sacrificaron promociones enteras de coroneles, cual veto para que no sean generales o comandantes y a los favorecidos de promociones que aún no les tocaba, les endosaron la deuda del “favor de sus nombramientos”. El clientelismo político permeo a ambas instituciones.
Llegaron a transferir las labores de identificación personal de la Policía hacia la entonces Corte Nacional Electoral, pero con un trabajo entremedio de una agencia cubana. De ahí hasta el presente el padrón electoral no logrará ser confiable; más aún si casi la totalidad de Vocales del órgano electoral pasaron por la decisión y al servicio del evismo.
La administración del Estado fue concentrando la mayor cantidad de recursos para la promoción cotidiana del mito en los medios de comunicación, con presupuestos obscenos y uso dispendioso. Los ministerios fueron llevados a similar acción y hasta los municipios a aportar en obras o adquisiciones donde él y solamente él puede brillar, cual alcalde mayor.
El poder judicial también cayó bajo sus designios. Primero la designación de los conjueces de la entonces Corte Suprema de Justicia, para remplazar la labor de los ministros del máximo tribunal y, luego, la nominación de candidatos a ministros del Tribunal Supremo de Justicia y del Constitucional bajo el favor político, terminó por afianzar su sumisión.
A su turno, aprovechando la nueva Constitución Política incorporaron la designación de asambleístas indígenas que siempre terminan bajo su control, de forma que un 6% de los diputados, en los hechos, llega a ser su base de partida para sumar recién sobre ella los escaños plurinominales o uninominales que por votación propia les pueda corresponder.
Este esquema de amplio control de poder podría pretender ser presentado como un invento propio pero no el. El hombre mito y cuanta regla modificada se conoció fue parte de estrategias orientadas desde los regímenes de Cuba y Venezuela; quienes desde mucho antes apostaron por tal mito, guardaespaldas venezolanos incluidos.
Pero el mito tiene su “talón de Aquiles” la represión al movimiento indígena y haber perdido el referéndum del 21-F cuyos fantasmas y repercusiones hasta hoy no logra remontar.
Gonzalo Rodríguez Amurrio El autor es abogado y ex dirigente obrero