Por: Juan Carlos Rocha |
Fotos: Yolvik Chacón |
Amparo Carvajal es la prueba de que la esperanza existe; es el mensaje escrito con letra aún temblorosa por la emoción del miedo desterrado que dice que no todo está perdido; ella es la constancia de que, como sentenciaba el poeta, podrán cortar todas las flores, pero no conseguirán detener la llegada de la primavera.
Ayer se acurrucaba contra el frío en unas gradas de la calle frente a la cárcel de mujeres de La Paz haciendo una vigilia incansable para protestar por los abusos contra una mujer que no tiene quién la defienda; hoy está marchando sobre el asfalto cruceño que a los 40 grados de estos días parece volverse de goma al paso de los pies, como si se derritiese para retornar a su estado líquido original. Su valor conmueve en un país en que la indiferencia se ha extendido más que el virus de este tiempo.
Ni el brutal cambio de clima, ni el peso de sus 82 años, ni las amenazas de este Gobierno o de quienes quieren quemar su casa la detienen; ella está allí, sin importar si levanta o arrastra los pies, caminando junto a los indígenas del Oriente, persiguiendo el sueño de libertad por el que viene luchando desde aquel 1 de noviembre de 1971 cuando pisó por primera vez suelo boliviano en medio de otra dictadura.
Desde entonces no ha parado. Cuando hacía falta cambiar los hábitos religiosos para quedarse en el país a luchar por los derechos humanos lo hizo sin pensarlo dos veces. El 21 de marzo de 1980, paramilitares asesinaban en La Paz al jesuita Luis Espinal Camps. En medio del temor reinante por aquellos días, las hermanas de la congregación de monjas de las Mercedarias Misioneras de Bérritz a la que pertenecía Amparo Carvajal, decidieron abandonar el país y volver a España porque en Bolivia nadie vivía seguro por la inestabilidad política, golpes de Estado, torturas y asesinatos de sacerdotes defensores de los más pobres. Amparo, no. Ella decidió quedarse, aunque para ello tuviera que permanecer sola, dejar la túnica de “madrecita” y vestir de civil.
Cada vez que yo escucho su voz temblorosa, en mi mente suenan de fondo las melodías de Sogno Di Libertà del recién fallecido Mikis Theodorakis. La imagino como la banda sonora de la vida de una luchadora de la dignidad que cada día da lecciones de cómo no perder la esperanza ni tener miedo a las tiranías. Para ser valientes, hay que ser como Amparo Carvajal, gran señora boliviana leonesa de Riaño.