Por: Carlos Cordero.-
Salvador Romero Ballivián es un boliviano notable. Proviene de una familia de estudiosos de la realidad social y cultural de nuestro país y pudo formarse en una de las mejores universidades del mundo en París, Francia. Desde joven se interesó por la sociología política y más específicamente por los tópicos relativos al tema electoral. Es autor de varias ediciones de la Geografía Electoral, texto imprescindible para los investigadores sobre el tema en Bolivia.
Su formación, estudios e intereses lo llevaron a ser parte de la Corte Departamental Electoral de La Paz y posteriormente de la Corte Nacional Electoral, desde donde presidió la difícil transición del año 2005 – 2006, cuando se inauguró el período político, conocido hoy como el proceso de cambio, revolución democrática cultural o Estado plurinacional.
Salvador Romero se distinguió desde entonces como un servidor público puntilloso, severo e intransigente en el cumplimiento de la ley. Prolijo y medido, representó siempre un referente de ecuanimidad e imparcialidad, que dio certidumbre e impuso calma, en momentos en los que más necesitábamos de esos elementos.
Por eso no resultó extraño para nadie y más bien fue reconocido por propios y ajenos, el que la presidenta Añez lo nombre su delegado ante el Tribunal Supremo Electoral y le encargue la titánica misión de conducir elecciones transparentes, legítimas e imparciales, luego de la anulación de los comicios de 2019, a raíz de las graves irregularidades establecidas por la Misión de Observación Electoral de la OEA.
Su designación fue clave para que los actores políticos internos y la comunidad internacional recobraran confianza en el árbitro electoral, aspecto cardinal para poder llevar con éxito la tarea de reponer la normalidad institucional en Bolivia. Todos respiramos aliviados al saber que Romero dirigiría la transición democrática, desde el dificilísimo rol de organizar las elecciones.
Cabe decir que, en ese entonces, Salvador Romero, gozando de un prestigio muy bien ganado a nivel continental y cosechando los frutos de años de estudio y trabajo, se desenvolvía con comodidad y tranquilidad, asesorando procesos electorales en varios lugares de América Latina y el mundo.
Cuando recibió el llamado de las autoridades para hacerse cargo de tremendo desafío, es probable que haya pensado si valía la pena dejar la comodidad y la seguridad de sus funciones como consultor internacional, para regresar a su país, en medio del conflicto y de una de las crisis institucionales más severas de su historia. Está claro que no dudó mucho y raudamente se puso manos a la obra, priorizando lo que siempre fue característico en él: su vocación de servicio y su amor por Bolivia.
La reconstrucción del Órgano Electoral, la puesta en marcha del proceso electoral y la culminación exitosa de los comicios, se realizó en condiciones extremadamente adversas, no sólo por la crispación política existente, sino porque, sobre llovido mojado, en medio de todo se abatió sobre el planeta y por supuesto sobre el país, la pandemia del Covid 19 con toda su secuela de muerte, desánimo y destrucción. La elección tuvo que postergarse en tres oportunidades, hasta que finalmente pudo realizarse el 18 de octubre de 2020. Para llegar a ese día, el carácter, firmeza y perseverancia de Salvador Romero resultaron cardinales.
El resultado de la votación fue ampliamente favorable al MAS y a partir de allí comenzaron a escucharse voces críticas que acusaban al TSE y a Romero en particular de haber prohijado un “fraude“ a favor del candidato ganador. Por supuesto que ningún acusador pudo presentar una sola prueba o indicio serio, en contraste con la certificación de comicios transparentes y justos que realizaron la totalidad de observadores internacionales, entre ellos la MOE de la OEA.
Así le paga, una parte de la población, su sacrificio, trabajo y valor a Salvador Romero. Denigrándolo, acusándole sin pruebas, insultando y calumniando. ¡Es mucha injusticia! Este hombre que silenciosamente, pero sin descanso, logró consensos imposibles, coordinó con las partes irreconciliables, hasta salvar la democracia y evitarnos sangre, dolor y lágrimas, hoy es vapuleado por cobardes e insensatos. Estos últimos, amparados por la sicología de turba que domina las redes sociales, han hecho un festín con la honra y dignidad de Romero. Pero es bueno que se sepa, que el país y el mundo lo escuche: la inmensa mayoría de los bolivianos y las bolivianas reconocemos con gratitud la labor de Salvador. Estamos seguros, que una vez pasen los ruidos y los ecos de las voces de odio y confrontación, quedará nítido el testimonio para la historia, del enorme servicio a la sociedad boliviana que realizó Romero Ballivián.