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La pregunta es: ¿cuánto va a durar la crisis?

Por Miguel Székely, vía Nexos.-

Dos variables clave en la actual crisis del Covid-19 son intensidad y duración. Y de acuerdo con la información que fluye día a día, parece que un mal cálculo sobre la primera puede tener enormes consecuencias sobre la segunda.

En el caso de la salud son muchos los ejemplos de gobiernos que, por desdeñar el alcance de la pandemia, tomaron medidas parciales e insuficientes cuyo costo ha sido un mayor tiempo de confinamiento para su población, con múltiples sacrificios generados.

En lo económico sucede lo mismo. Una reacción tibia o tardía ante los efectos de la expansión del virus no solamente implica un impacto mayor, sino uno más duradero.

En México la discusión se ha dividido básicamente en dos bandos: por un lado, el gobierno con aquellos que tratan la crisis como una de corta duración, y por el otro, los representantes del sector productivo a los que se suman las opiniones de investigadores, intelectuales y otros grupos que coinciden en que se trata de una crisis de profunda y duradera. El problema es que estas diferencias no se quedan en el discurso, sino que en el caso del gobierno decisiones y acciones no acertadas, tendrán sin duda consecuencias sumamente graves.

Ilustración: Adrián Pérez

El riesgo en la postura gubernamental puede ilustrarse, como ya lo han hecho otros, imaginando a la población del país como tripulantes de un barco en el que el presidente es el capitán. En un momento del viaje, el radar del barco emite señales que el capitán lee como una tormenta llevadera para la que el barco está bien preparado, y que incluso ayudará a la travesía porque las corrientes generadas impulsarán más rápido a la nave al destino al que quiere llegar. Para enfrentar la tormenta basta con amarrar bien a los que van en cubierta y cuando mucho a algunos de los camarotes del primer piso. Pero no mucho más que eso.

Capitanes de otros barcos viendo la misma señal del radar reconocen la aproximación de un huracán categoría cinco como el Wilma del 2005 en Yucatán, que fue devastador no solo por lo intenso, sino por el tiempo en que se quedó patinando en la península. La mayoría de estos capitanes (léase Estados Unidos y los países europeos, entre muchos otros) deciden amortiguar los efectos que se aproximan con medidas que implican proteger el cuarto de máquinas, tapar los huecos que empiezan a abrirse para evitar inundaciones, reforzar los motores, y resguardar a todos los pasajeros para que ninguno se caiga del barco, entre varias otras acciones.

Nadie tiene una bola de cristal para saber exactamente qué sucederá, pero para definir la respuesta que se requiere el más común de los sentidos lleva a tomar en cuenta al menos a los primeros efectos que se van observando, y la evidencia sobre el pasado reciente con huracanes similares.

El esperar la tormenta sin aceptar que puede ser un poderoso huracán tiene el enorme riesgo de quedarse corto con consecuencias graves para la nave, mientras que si se espera un huracán que no se materializa con la fuerza prevista se pecará de haber sobre-reaccionado, pero los pasajeros agradecerán el esfuerzo de resguardarlos. Además, una mala lectura que minimice la situación puede afectar la credibilidad e incluso la autoridad moral del capitán, lo cual tendría por sí mismo sus propias consecuencias para el futuro.

Si optamos por apelar a la evidencia, entonces la primera pregunta es, ¿qué nos dicen los primeros signos de lo que viene? La información sugiere abrumadoramente que ahí viene un fuerte huracán. Dos botones de muestra: los millones de trabajadores solicitando seguro de desempleo en Estados Unidos que han crecido como nunca, y la pérdida de 346 000 empleos formales en México en solo dos semanas, de acuerdo con cifras oficiales.

Segundo, el pasado reciente también grita a todo pulmón que ahí viene el huracán. El antecedente más inmediato de episodios de crisis económica internacional son los años 2008-2009 que tuvieron enormes consecuencias negativas, pero que se prevé que se quedarán cortos con lo que veremos en el 2020.

Esa crisis sufrida hace un poco más de 10 años también por factores externos tuvo como consecuencia una contracción de 6 % en el Producto Interno Bruto del país. Según la serie de las Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que realiza el INEGI de manera trimestral, la contracción económica implicó en ese entonces la pérdida de 579 000 empleos, un aumento en el desempleo de 1.4 millones de personas y una caída en el ingreso promedio de la población ocupada de 11 % en términos reales. Pero aún más preocupante, el país tardó alrededor de cuatro años en recuperar el nivel de ocupación y salarios previo a la crisis. La predicción es que estos impactos son menores a los que se espera con el huracán Covid-19.

De acuerdo con los datos de la ENOE, en aquella ocasión la mayor pérdida de empleos se observó entre las mujeres. Las zonas más afectadas fueron las urbanas, y los grupos de población con una mayor salida de la fuerza laboral fueron los jóvenes de 16 a 24 años (véase aquí).

Según los datos de la pasada crisis, se perdieron más puestos de trabajo en la industria manufacturera, en las empresas de menor tamaño, y entre las personas clasificadas como empleadores. El empleo en la industria manufacturera y de construcción, tomó casi tres años regresar a sus niveles previos.

El nivel de empleo formal tardó más de tres años en recuperarse y el empleo informal que es mucho más flexible por naturaleza, tardó casi un año y medio en regresar al nivel previo a la crisis. La categoría de trabajadores que más tiempo tomó en recuperarse fue la de “empleadores”, que compensó la contracción más de tres años después.

Uno de los datos más preocupantes es que el ingreso laboral de todos estos grupos y sectores tardó más de cuatro años en alcanzar sus niveles previos.

Las entidades con mayor contracción de empleo en esa ocasión fueron la Ciudad de México y Jalisco, seguidos por Chihuahua, Tamaulipas, Puebla y Baja California. En estas entidades tomó entre tres y cuatro años alcanzar las tasas de ocupación previas. Incluso en entidades en donde la pérdida de empleos fue menor como en Nayarit, Michoacán y Yucatán, transcurrieron entre un año y medio y tres años para volver a los niveles anteriores a la crisis.

Regresando al 2020, los datos revelan que la estructura del mercado laboral actual que sostiene al sector productivo de México, es decir el motor del barco, está en riesgo mayor que hace una década. Eso, sin contar que venimos de un año sin crecimiento económico.

Para dimensionarlo basta comparar el poder de contagio de cada paciente del Covid-19, que según información difundida por distintos medios es de 2.5 personas por afectado, con el poder transmisor del “contagio económico” que se da por medio de las empresas. Según la ENOE más reciente, la mayoría de las empresas informales —a las que van dirigidos los escasos apoyos gubernamentales hacia el sector productivo— cuentan con entre 1 y 5 trabajadores, a los que llega el contagio por menor ocupación e ingresos. En el sector formal el contagio económico por empresa es mucho mayor ya que la mayoría de los trabajadores laboran en empresas de 51 empleados o más.

En total, según la misma fuente existen en México 30.9 millones de hogares con al menos un perceptor de ingreso laboral. Esto equivale a 87 % del total de hogares del país que potencialmente podrían sufrir “contagio económico” directo.

La cadena de “contagio económico” es de hecho una de las principales justificaciones bajo la que el resto del mundo ha introducido rápidamente acciones de respaldo al sector productivo. La lógica es que amortiguar el impacto en una empresa, con un diseño de apoyos adecuado, implica proteger a los que obtienen su sustento de ella y a sus familias, con un efecto multiplicador en cadena equivalente a poner un salvavidas a gran parte de la población.

Pero en México el gobierno sigue preparándose tan solo para una tormenta, cuando las señales indican que además de velar por todos los pasajeros posibles, urge al menos blindar el cuarto de máquinas y reforzar el motor para poder seguir avanzando. Esta es la única forma de salir lo antes posible del ojo del huracán.

Si no lo hacemos, después de la tempestad seguramente si vendrá la calma, pero tardaremos más que en 2008-2009 en salir del atolladero. Para ese entonces, el capitán del barco se encontrará ya retirado, pero el resto de la tripulación tendrá que seguir andando a remo en lo que vuelve a ponerse en marcha el propulsor.


Miguel Székely

Director del Centro de Estudios Educativos y Sociales (CEES).

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