Senia Montaño.
Lo ocurrido a partir del anuncio de la Presidenta de postularse como candidata de un pequeño y electoralmente desairado partido ha puesto en evidencia, una vez más, la crisis del sistema político y, particularmente, de los partidos, si así se puede llamar a eso
s conjuntos de políticos profesionales que tienen la responsabilidad, o debieran tenerla, de conducir a buen puerto la transición democrática.
s conjuntos de políticos profesionales que tienen la responsabilidad, o debieran tenerla, de conducir a buen puerto la transición democrática.
Menciono tres rasgos llamativos: el transfugio político como el de Sol.Bo hacia el grupo de Añez, el ya inaceptable alquiler de siglas y la terca cerrazón de los partidos a renovar las prácticas endémicas de autoritarismo, dedazos y adoración a los jefes. Hay matices, es cierto, pero no todos tenemos una lupa sensible para ver las exquisiteces.
Apelar a la ley se ha vuelto una cómoda camisa de fuerza para transgredir los buenos modales, que si bien no están legislados, son una demanda muy sentida. Así Añez se postula sin pena, los partidos negocian candidaturas sin participación siquiera de una militancia de perfiles borrosos, y los innombrables, expertos en vulnerar la ley, inventan una y mil formas para intentar volver, algo que parece más lejano cada día.
Todo eso ocurre aprovechando el escenario de completa desinstitucionalización labrada con esmero durante el gobierno de Morales y heredada desde antes. En ese sentido Bolivia sigue siendo “movimientista”.
También se muestran las debilidades de una sociedad civil y sus organizaciones, a las que vemos intentando ofrecer alternativas razonables y sobre todo democráticas, pero sucumben al recurso fácil del caudillismo. El rasgo más peligroso es el papel de jueces y policías que grupos e individuos se han dado sin que nadie, más allá de ellos mismos, se los haya pedido. Las vigilias alrededor de casas y embajadas, aunque festivas y coloridas, cruzan el umbral de lo justo, pues entregan a la “gente de a pie” el papel de vigilantes, reproduciendo las prácticas masistas, aunque con otro signo político.
Excluyo de esta caracterización a Ríos de pie, cuya vocación pacifista y democrática los diferencia y genera expectativas. Otro ejemplo antidemocrático es el llamado de Conade al pedir el paso a un costado de Añez para afrontar las elecciones generales y “así evitar que el MAS vuelva al Gobierno”. Punto de vista que por lo menos merece cotejarse con la realidad. Una cosa será que el MAS llegue a tener representación parlamentaria, lo que es bueno, y otra que llegue al Gobierno, lo que es improbable.
Hubiera sido mejor que los “Conade” apuesten por una candidatura abiertamente y se ahorren el poco creíble papel de neutralidad que quieren proyectar.
Las raíces de esta desorientación son más profundas y de solución a largo plazo. El mal nos afecta como sociedad.
El temor a que retorne el autoritarismo masista, en el fondo es un miedo a que surja el/la masista que muchos llevamos dentro: Camacho, el macho opera con estilos cercanos a ellos, repartiendo prebendas, sometiendo a sus aliados y, sin embargo, recibe el aplauso enardecido de sus religiosos adherentes; Galindo es, en el otro polo, una expresión de la impunidad de la mentira y el irrespeto que ha alcanzado esta vez a la Primera Mandataria, pero que fue aplaudida desde que hace muchos años se convirtió en el grupo de choque que, a nombre de las mujeres, ha sido funcional al machismo institucional y político. ¿Será casual que el Conade la haya designado como voz femenina en el cabildo de La Paz?
Todos esos hechos muestran un cuadro de pirañas que en instantes despellejan a sus adversarios a nombre de una “vida limpia”, sin mirarse al espejo y entender que la democracia es reforma institucional, cambio cultural y respeto, tres palabras que parecen haber desaparecido del lenguaje cotidiano.
El retorno del masismo se puede dar bajo la piel de oveja de los justicieros sin ley que abundan alrededor de nosotros. El desafío que debemos enfrentar es el de reconocer en cada una y en todas las instituciones las pulsaciones autoritarias y conjugar el cambio social con la reconstrucción institucional. Eso pasa por reconocer la necesidad de cambios graduales, haciendo uso de nuestras voces, moderando las estridencias y los caprichos. Difícil desafío en un país que es tumba de tiranos pero cuna de pocos y excepcionales demócratas.