Por: Mateo Rosales Leygue |
En algo han sido muy prósperos algunos de los regímenes más brutales de nuestra época y todavía lo son, más allá de su natural pretensión de perpetuarse en el poder a costa del atropello de los derechos humanos de los ciudadanos y la persecución constante contra la disidencia, y es en el éxito obtenido a partir del despliegue de una estrategia de propaganda en beneficio propio.
En un contexto de polarización que se experimenta en el mundo occidental de forma generalizada (el camino hacia las elecciones presidenciales en Estados Unidos es un caso paradigmático actual) y en cuyo terreno se debaten, todavía, cuestiones que hace algunos años se habían pensado superadas, como la conservación de la democracia o el reconocimiento de su institucionalidad, principio este sine qua non para la convivencia, emergen motivaciones, objetivos comunes y personas que exponen una de las fuerzas naturales de la condición humana: el afán de supervivencia.
El expresidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, visitó Bolivia hace unos días atrás, en el marco del seminario internacional ‘Nueva arquitectura financiera regional, desafíos para una mejor integración en un mundo de cambios’, que reunió a varios representantes del Grupo de Puebla, en su calidad de portavoces del socialismo del Siglo XXI, como Luis Arce, presidente de Bolivia, Alberto Fernández, expresidente de Argentina o Delcy Rodríguez, ideóloga y mano derecha de Nicolás Maduro.
En una de las varias entrevistas que sostuvo el expresidente español, manifestó su interés en mediar en la construcción de una alternativa viable para la unidad del Movimiento al Socialismo – MAS (partido de Evo y Luis Arce, ahora divididos), como muestra de inevitable consenso entre ambos bandos hoy en confrontación directa.
No es la primera vez que en tiempos de crisis asoma la oscura sombra del Grupo de Puebla o de portavoces como Rodríguez Zapatero para influir en el desenlace visible de un proyecto que se cae a pedazos y tratar de evitarlo. Hablamos de la separación del MAS y su inestabilidad interna, que puede ser uno de los motivos de su potencial derrota electoral en 2025.
La ‘diplomacia remunerada’ ha sido parte de un plan perfectamente diseñado y eficiente para el despliegue de la estrategia propagandística de los regímenes socialistas actuales, tal como vislumbró el mundo el siglo pasado cuando el régimen comunista ruso hacia uso de todo un aparato de inteligencia para generar un contra-discurso que seduzca a una parte del mundo occidental democrático hacia ese drama siniestro que fue el estalinismo (aunque ya se había diseñado parte de este apartado y estrategia antes de morir Lenin).
Estos representantes que forman parte de la diplomacia oportunista entran en franca contradicción cuando de análisis de la realidad se trata, conscientes, eso sí, de que la ‘revolución’ (llámese bolivariana, socialista, progresista) requiere algo más que ganarse a las masas. Esta revolución necesita de periodistas, clase media, artistas, etc., en síntesis: creadores de opinión. El expresidente español habló de los desafíos de Bolivia, de economía, de política y de sociedad, omitiendo mención alguna de los más de 200 presos políticos y los más de 2000 exiliados como consecuencia de la persecución política impulsada por Evo primero y Arce después.
Tampoco hizo ninguna referencia al arresto ilegal del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho ni habló sobre la serie de irregularidades denunciadas a la comunidad internacional de los procesos judiciales contra la expresidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, que cumple tres años de ilegal reclusión y fue sentenciada a diez años de privación de libertad por el régimen del MAS.
En otro sentido, habla de consenso e integración regional, de democracia y de dialogo. Cuando en España se dedica a defenestrar y acusar a los partidos de oposición desde el estrado del Partido Socialista, hoy empapado de casos de corrupción en las más altas esferas del poder ejecutivo.
Rodríguez Zapatero hoy no ocupa ningún cargo de relevancia en su país, ni institucional ni orgánico, pero ha decidido ser el portavoz de las dictaduras latinoamericanas y uno de los principales cabecillas de la banda del Grupo de Puebla. En el fondo no defiende una ideología ni una idea política, ni siquiera una amistad o cierta empatía política que pudiese existir. Se trata, sencillamente, de una forma envilecida de reciclaje a la que optan quienes no tienen otra forma de mantener cierta vigencia y subsistencia.
En el caos se puede crear y defender una mentira, pero la consecuencia más cara siempre será creérsela. En el caso del expresidente, esto último es posible que no ocurra, vivir de la mentira no es lo mismo que perseguir un ideal, por más infame que este resulte.
| Mateo Rosales Leygue es abogado y máster en Gobierno, Liderazgo y Gestión Pública por el Instituto Atlántico de Gobierno. Ha ejercido su carrera en el sector bancario y es especialista en relaciones institucionales. Actualmente es consultor de Asuntos Públicos y regulatorios en Madrid, España. Es fundador de Libres en Movimiento, organización de jóvenes que promueven los valores de la democracia y la libertad en la región iberoamericana.