Por: Jenny Ybarnegaray Ortiz |
A propósito del Día Internacional de las Mujeres
Como rito autoimpuesto, cada 8 de marzo (Día Internacional de las Mujeres) y cada 11 de octubre (Día de las Mujeres Bolivianas), me planteo la necesidad de escribir algo, aunque sólo fuese para mí misma.
Agenda mundial
Año tras año se repiten por doquier (casi) las mismas consignas, por supuesto que con matices de énfasis e interpretación, dependiendo de quienes las emiten, del lugar donde cada quien se posiciona desde el punto de vista ideológico, político, social. No obstante, todas ellas responden, de una u otra forma, a un mismo catálogo de derechos, a veces reconocidos por los estados, aunque lo fuese sólo para acallar las protestas. Entre otros, están consagrados los derechos a la educación, a la salud, los derechos sexuales y reproductivos, a una vida libre de violencia, al trabajo, al desarrollo, a la participación política, a un ambiente sano, a la información.
Año tras año, las mujeres en el mundo gritan ¡Igual trabajo, igual salario! ¡Contra toda violencia machista! ¡Ni una menos por aborto ilegal! ¡Niñas no madres! ¡Educación sexual integral para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal, libre, seguro y gratuito para decidir! Parece ser un cántico repetitivo, cansador, como disco rayado, pero ¿por qué?
La respuesta del Estado
He participado en varias ocasiones en la confección de planes de políticas públicas nacionales, departamentales y municipales, orientados a la realización de estos derechos y lo que he visto es, casi indefectiblemente, dos condiciones constantes: su ejecución parcial y la cooperación internacional como principal fuente de financiamiento. Así, las políticas públicas no avanzan y los problemas que se pretende resolver con las mismas, se mantienen casi inalterados, con avances poco significativos.
Pese a las declaraciones públicas, a la ratificación de compromisos internacionales, a la normativa de protección a los derechos de las mujeres, a los discursos a favor de la equidad social y de género, en los últimos treinta años, ningún gobierno empeñó esfuerzos propios –traducidos en inversión pública significativa– para superar la situación de discriminación de las mujeres bolivianas.
En esto, no existen diferencias sustanciales entre gobiernos de diferentes orientaciones políticas; sin embargo, nuestro reclamo se hace más enérgico frente a un gobierno, dizque revolucionario, que esquiva sistemáticamente los mandos de la nueva Constitución Política del Estado en la que se ha incorporado una treintena de artículos referidos al reconocimiento de los derechos de las mujeres.
¿Y sociedad civil?
Si así van las cosas del lado del estado, en la otra orilla, en la de la sociedad civil, tampoco observo avances sobresalientes. Son algunas organizaciones de mujeres las que continúan llevando adelante las agendas sin lograr penetrar en el conjunto de la sociedad. Y aquí, de este lado, veo un conjunto variopinto que incluye instituciones, pequeños grupos (colectivos), pasando por organizaciones no gubernamentales, hasta organizaciones sociales, con muy distintas visiones.
Las articulaciones entre éstas suelen ser eventuales, de poca duración y con objetivos muy concretos o para eventos particulares. Algunas organizaciones, sobre todo no gubernamentales, se han anquilosado al punto de existir sólo para preservarse a sí mismas, aunque para ello tuviesen que conceder lo que fuere ante el poder de turno y/o frente a las condiciones impuestas por sus financiadores. Así, la sociedad civil en su conjunto, tampoco avanza mucho.
Feminicidio
Para ilustrar lo que manifiesto en los dos párrafos precedentes, pienso que cualquier persona podría preocuparse por una cuestión tan funesta como lo es la suma anual de feminicidios, que ello debiera de conmocionar a la sociedad en su conjunto, que nadie debería resultar indiferente frente a la noticia del hallazgo de cuerpos de mujeres sepultadas en cualquier baldío (como lo ocurrido recientemente en el trópico de Cochabamba), que esas noticias deberían provocar la movilización de toda la gente, que el estado en su conjunto debería ser interpelado y movilizado por la acción colectiva para mover todo tipo de recursos destinados a prevenir y sancionar semejante atrocidad.
Pero, ¡no pasa nada! Muerta tras muerta, lo único que vemos son manifestaciones de indignación de poca gente, en su mayoría mujeres que acompañan a las familias dolientes, que demandan justicia, que asisten a los juicios (si llegan a ello), que se desgañitan, y la respuesta que reciben es el silencio, la complicidad y la naturalización del feminicidio por parte de una sociedad a la que poco le importa que las mujeres sean víctimas cotidianas de la violencia más atroz.
¿Hacia dónde vamos?
Entre tanto, el mundo sigue girando, en otras latitudes se vislumbran realidades que aquí aún no tienen eco sonoro, pero que no tardarán en llegar.
Una de las tendencias más estridentes es la agenda que lleva adelante la comunidad trans, ahora resulta ser que unos señores, nacidos varones y devenidos en apariencia mujeres, es decir, transexualizados artificialmente a través de tratamientos hormonales y/o quirúrgicos, o simplemente travestidos a fin de adquirir la apariencia de lo que sienten ser y para dejar de sufrir la disforia de género que los atormenta, ahora vienen a imponernos un lenguaje, unos conceptos, unas ideas y una manera de nombrarnos (“cis-mujeres”, “cuerpos gestantes”, entre otros) que se acomoda a sus deseos y que nosotras tenemos la obligación de admitir so pena de ser estigmatizadas con un sello en la frente que dice ¡TERF! (acrónimo del término en inglés trans-exclusionary radical feminist, que, por su traducción literal al español, significa feminista radical trans-excluyente) ¡Lo que nos faltaba!
A tal extremo vienen empujando las cosas que hasta pretenden que se penalice a madres y padres que no estén en disposición de apoyar a sus hijas e hijos en su deseo de ser o adquirir la apariencia del sexo opuesto con el que han nacido, aun a temprana edad. Me pregunto ¿qué viene después, la normalización de la pedofilia y la pederastia porque un grupo de personas considera que esa es su “naturaleza” y que sus deseos están por encima de los de cualquiera, quizás?
¡Abre tu mente! Me digo a mí misma. ¿Quién soy yo para cuestionar a estas personas? Y me respondo ¡nadie! De verdad, pienso que cada quien está en su derecho de gozar de la vida y de su sexualidad como mejor le plazca, siempre y cuando ese goce no suponga dañar ni abusar de otras personas. Lo que no estoy dispuesta a admitir es que me impongan su visión por la fuerza, que se monten sobre un siglo de conquistas de las mujeres para apropiárselas de maneras tan propiamente masculinas, de borrarnos del mapa, de pretender que son más mujeres que nosotras porque lo han decidido, cuando su idea de “ser mujer” es, por lo general, justamente todo lo que venimos destruyendo desde hace mucho tiempo: el estereotipo de lo femenino, con todos los roles y todas las limitaciones que nos imponen.
Colofón
En suma, en estos tiempos tan confusos, las mujeres no sólo nos jugamos la vida misma por el hecho de ser mujeres, también nos jugamos nuestra existencia como sujetos, y eso no es poca cosa. De modo que mejor sería que vayamos aclarando ciertas cosas, que seamos capaces de mirarnos con más detenimiento para ver por dónde vamos a continuar el camino que una vez iniciaron aquellas por las que el 8 de marzo se conmemora el “Día Internacional de la Mujer”.