Por: José Luis Saavedra |
Si bien en la actual coyuntura estamos preocupados por los efectos geopolíticos de la guerra, el genocidio imperialista y la invasión rusa a Ucrania, no podemos, ni debemos despreocuparnos por las problemáticas socioambientales generadas por la usurpación, el despojo, la expoliación y la depredación territorial -impunemente- perpetrados por los colonizadores (mal llamados interculturales) en contra de los pueblos indígenas.
En el contexto actual no es fácil visibilizar las problemáticas socioambientales porque el régimen (que no gobierno) MASista es muy profuso en la producción de una retórica indigenista y que seduce, en realidad engatusa, a las élites urbanas, esencialmente blanco mestizas, y obviamente a la izquierda internacional, cuya ingenuidad política, con respecto al (supuesto) primer presidente “indígena”, no es sino la expresión de una desdichada conciencia colonial y colonialista.
El régimen MASista es también muy pródigo en la elaboración y aprobación de una compleja y enredada e incluso contradictoria serie de leyes, normas, planes y proyectos sobre la Pachamama, la Madre Tierra, el buen vivir en “armonía y complementariedad”, los derechos (más o menos fundamentales) de los pueblos indígenas, y un largo y embustero etcétera. Pero, qué es lo que tenemos en la práctica, extractivismo puro y duro.
La discursividad ideológica e indigenista del régimen MASista, con todo y el soporte de una poderosísima red mediática (nacional e incluso internacional), no logra ocultar, ni siquiera disimular, el desarrollo de un conjunto sistemático de políticas públicas que apuntan no al bienestar social, menos al desarrollo sostenible y sustentable, sino más bien al impulso del sistema capitalista en su fase más salvaje y depredadora y devastadora de los bienes comunes (como son el agua, el territorio y la misma biodiversidad).
Las principales expresiones del extractivismo depredador, activamente prohijadas por el régimen MASista, tienen una íntima relación con el campo hidrocarburífero y las peligrosas contaminaciones e intoxicaciones de los suelos, las vertientes y los cursos de agua dulce; luego, el campo minero, tanto en tierras altas (desde hace 500 años) como en tierras bajas, es decir en la Amazonia, donde la minería aurífera y aluvional está envenenando -con las gigantescas dragas chinas y el mercurio- los ríos y los peces y por tanto la alimentación humana. También están el agronegocio, los monocultivos, los transgénicos y los agrotóxicos (venenos), que están contaminando y depredando el agua, el suelo y el aire. Y no podemos, ni debemos olvidar los graves efectos socioambientales de los lixiviados de la cocaína.
Y para qué todo este preámbulo, para entender que las recientes y violentas usurpaciones, avasallamientos, despojos, saqueos y depredaciones de los territorios indígenas, impunemente perpetrados por los colonizadores, principalmente en contra de los pueblos t’simanes, ayoreos y guarayos (cfr. “Comunidades tsimanes denuncian que los interculturales siguen avasallando sus tierras”, ANF, 5 diciembre 2021; “Indígenas ayoreos denuncian la invasión de interculturales a la comunidad 27 de Mayo”, Erbol, 28 diciembre 2021, etc.), no son hechos aislados y menos casuales, sino más bien meticulosamente planeados y por tanto alevosos y abusivos.
Más aún, el día martes 28 de diciembre de 2021 nos enteramos de que “Indígenas ayoreos denuncian que interculturales invadieron y quemaron su comunidad” (El Deber). Y ese mismo día también nos informamos de que los “Avasalladores queman casas y atemorizan con armas a indígenas t’simanes para quitarles sus tierras” (ANF). En este segundo caso, los colonizadores y avasalladores de tierras invadieron violentamente la comunidad Jatatal en territorio t’simane y prendieron fuego a las viviendas. “A punta de escopeta y dinamita”, los invasores amenazaron a los indígenas para que abandonen sus territorios que habitan y protegen ancestralmente (“desde hace muchos años”). Así, “ellos (los avasalladores) vinieron, quemaron las casas (…). Nos amenazan con escopetas, traen sus armas”, afirmaba con tristeza don Ismael Cuata.
Los maltratos, por parte de los avasalladores, son cada vez más frecuentes y violentos. Cuata comenta que -en otras oportunidades- su comunidad ya fue desalojada (a la fuerza) de sus tierras y se asentaron en otras regiones para no seguir con los enfrentamientos.
Por lo que hasta aquí hemos demostrado, es pues evidente que el régimen MASista es racista, no sólo porque discrimina, segrega, relega y violenta a los pueblos indígenas, sino también y más aún porque atenta flagrantemente -a través de las usurpaciones, despojos y avasallamientos- contra las condiciones de vida de los pueblos y las territorialidades indígenas.
El régimen MASista es también fascista, en el sentido que el fascismo es un régimen autoritario y entraña el ejercicio de la violencia contra los que define como enemigos. Y aquí -en Bolivia- el régimen de gobierno practica y ejerce impunemente el terrorismo de Estado y por tanto usa métodos violentos, además de bandas armadas y encapuchados, cuando no mercenarios y terroristas (como en Las Londras), para usurpar, saquear y arrasar violentamente los territorios de los pueblos indígenas (Cfr. “Grupo armado expulsa a familias indígenas de sus propias tierras en Santa Cruz”, Sputnik, 06 enero 2022).
Finalmente, el régimen MASista es extractivista, sustancialmente por continuar (hoy como hace 500 años) con la economía primario exportadora de materias primas y también por seguir (igual que en la época colonial) depredando, devastando y destruyendo violentamente los recursos naturales, los bienes comunes y las territorialidades ancestrales de los pueblos indígenas.
¿Qué queda por hacer? Por ahora reactivar la resistencia territorial y luchar por la restitución de los territorios usurpados a los pueblos indígenas.
| José Luis Saavedra es miembro de Somos Sur y profesor de teoría y política poscolonial.