Por: Gonzalo Chávez A. |
Advertencia: si usted es una persona de ideas fijas, sufre del corazón, odia los cambios y piensa que el mundo está dividido entre narcos estatistas o perros neoliberales, por favor deje de leer este artículo.
Si el petróleo se mantiene en torno de los 100 dólares el barril, los subsidios de los precios de la gasolina y el diésel podrían estar por encima de los 1.000 millones de dólares en Bolivia. Pero ahora, al contrario del pasado, ya no podremos compensar este gasto con los ingresos mayores en la venta de gas natural, por la sencilla razón de que no tenemos gas para vender.
Cabe recordar que, para que usted pague la gasolina a 3,74 bolivianos el litro, el precio del oro negro en Bolivia es de 27 dólares el barril. Por lo tanto, cuando el precio del petróleo está en 100 dólares, el subsidio por barril es de 73 verdes. Este beneficio del Estado es ciego y alcanza tanto a los ricos como a los pobres. El déficit público continuará en aumento y ya llevamos una década con este desajuste.
Por supuesto que hay varias alternativas para cerrar la brecha fiscal. Mucha gente dirá que hay que poner a dieta el elefante obeso del Estado. También está la reivindicación que se hace muchos años: equidad tributaria. ¡Que paguen impuestos los grandes comerciantes del sector informal y minero y los cocaleros! Otra opción es aumentar la producción de alcohol para transporte y diésel blanco. Los auto eléctricos, etc. Todas estas políticas públicas son deseables, pero de aplicación, política y administrativa, compleja y de mediano plazo. En este contexto, siempre está en la agenda un incremento de los precios de la gasolina y el diésel. Esta medida fue muy importante en 1985, para mejorar la salud financiera del Estado y ayudar a parar la hiperinflación.
Pero un gasolinazo sin anestesia, además de ser insensible socialmente, es el camino más rápido al infierno y al desastre político. Así lo entendió Evo Morales en el año 2010, que después de haber incrementado los precios de los hidrocarburos retrocedió en menos de tres días. Además, el gasolinazo frío y directo es la recomendación clásica del fundamentalismo de mercado, en su línea: lomo de plateado. Se ajusten los precios y mano dura.
Con estos antecedentes, cuando los políticos son confrontados con el dilema subir o no subir de precios, quedan paralizados y deciden meter la cabeza bajo la tierra. Piensan que, de esa manera, los problemas desaparecen. Pero esta es una situación insostenible en el contexto de precios del petróleo al alza. ¿Entonces, qué alternativas existirían para mejorar nuestros ingresos fiscales en el corto plazo vía precios de los hidrocarburos?
Un primer camino, que se ha intentado varias veces en otros países, es incrementar los precios de los hidrocarburos y entregar cupones para compensar a los grupos más afectados: transportistas y productores. La elección de los beneficiarios y la entrega de cupones de manera eficiente siempre es un gran desafío político y administrativo.
Una otra alternativa de política pública es incrementar sólo el precio del diésel y no la gasolina lo que tiene implicaciones sobre la producción y la competitividad del sector agronegocios en Bolivia, también compuesto por grandes y pequeños productores.
En la experiencia internacional, se conoce el modelo iraní. En este caso, el gobierno hizo una transferencia de dinero a toda la población, para que tengan una especie de colchón para enfrentar después el incremento de precios de la gasolina. Irán lo pudo hacer porque tenía muchísimos recursos financieros disponibles.
Una otra alternativa, que introduzco al debate como propuesta perfectible, es que sean los ciudadanos o empresas quienes elijan el precio de la gasolina o el diésel a pagar. Supongamos que el gobierno establece cuatro posibles precios para la gasolina. A saber: 3,74, 4, 5 y 6 Bs por litro. También el Estado establece un consumo mínimo. 40 litros por mes a los particulares y 80 litros al transporte público, por ejemplo. Estos son sólo valores referenciales. Si aplicásemos análisis de grandes datos inclusive se podría determinar el consumo mensual de cada persona y a partir de ello establecer su cuota. Si nos pasamos de la cuota, el precio sería de 7 Bs. Esto evita el arbitraje. Compro barato y lo revendo caro en un mercado negro.
La discriminación de precios ya se da con algunos servicios públicos y privados. No todos pagamos el mismo precio por la electricidad, el agua y tampoco por navegar el internet o hacer llamadas por celular. Por supuesto, a esta altura de la columna usted debe estar pensando que su escribidor de domingo es una wawita de pecho ingenua que también debe ser adoptado por el Vicepresidente. Si el Estado coloca esta posibilidad de varios precios de la gasolina y el diésel, todos optarán por el más barato.
Sin embargo, aquí viene el siguiente paso de la propuesta, que parte del supuesto que las personas responde a incentivos y reconocimientos. Comencemos por este último. A los ciudadanos conscientes, que pagan precios más elevados, se les puede reconocer su contribución patriótica con un sticker que se coloca en el parabrisas de auto: Ciudadano ejemplar. Pero lo más importante es crear paquetes de incentivos.
A los que optan por pagar los precios más elevados de la gasolina, se les daría un descuento en impuestos, por ejemplo, su crédito fiscal podría ser del 120%. Acceder a créditos con tasas de interés preferenciales. Si compra un paquete de Entel tendría un bono por mes de megas libres. Si compra un automóvil de cilindrada más baja, paga un IVA más bajo. Si adquiere un carro eléctrico no paga aranceles, etc. Escucho ideas.
Para el transporte público se pueden entregar vouchers para compra de repuestos sin aranceles, o tasas de interés bajas en créditos para compra de buses o cupones para que estudien sus hijos. Para el caso del diésel se podría montar un esquema parecido con precios diferenciados asociados a la productividad y aumento a la producción agrícola. Si el agropecuario opta por un mayor precio del diésel y aumenta su producción y rendimiento, se le devuelve parte del dinero con crédito fiscal o créditos más baratos. El sistema de incentivos también se podría cruzar con la cilindrada de los automotores. Los de menor cilindrada tendrían mejores paquetes de incentivos. Sigo escuchando sugerencias.
En suma, habría que comenzar a debatir sobre la posibilidad de que los ciudadanos y empresas elijan entre precios diferentes de los hidrocarburos con sistemas de incentivos y reconocimiento.
Muchos consideran esta una propuesta poco realista en una sociedad polarizada y con un Estado débil y de muy baja credibilidad. Pero tarde o temprano debemos comenzar a pensar seriamente en los problemas fiscales y las alternativas de políticas públicas. Un gasolinazo clásico destrozaría el país. Es hora de pensar fuera de la caja. Agradezco a muchos de mis amigos de las redes sociales que me ayudaron con sus ideas para este artículo.