Por: Amalia Pando |
Que asuman su responsabilidad y carguen con los 859 muertos por la pandemia registrados entre el 2 al 21 de enero de este año.
La mayoría de esas muertes pudieron ser evitadas con dos pinchazos de la vacuna anti Covid-19, por lo que hay responsables que juegan con la vida de las personas y se lavan las manos o mantienen silencio, como Luis Arce que en su discurso por el aniversario del Estado plurinacional citó decenas de cifras, pero ninguna referida a lo más importante, la vida de tantos, segada de modo tan inmisericorde.
Los muertos por la pandemia que empezó en marzo de 2020 suman más de 20 mil, es una cifra fría, pero si de modo imaginario podríamos reunirlos, uno al lado del otro, los muertos por la Covid-19 llenarían medio estadio. Es escalofriante. Y las lágrimas, el sufrimiento, el abandono y la orfandad en que nos dejaron no cabe en ningún lado. Es una tragedia que ha sido invisibilizada. Ni un pésame oficial para ellos.
En enero de 2021, mientras se esperaba la aparición de las vacunas, se produjo la tercera ola que se llevó a centenares de familiares y amigos.
Un año después, con vacunas gratuitas y a entera disposición de la población, estamos enfrentando la cuarta ola que registra los mayores índices de contagios. Tantos que en las conversaciones familiares se hace más fácil preguntar quién no se enfermó.
Se atribuye a la variante ómicron el contagió de 100 mil personas en 10 días, entre el 12 al 21 de enero. Una variante fulminante en su expansión, pero “no tan fuerte”, no tan fuerte para los vacunados que tuvieron los síntomas de una gripe de esas que te tumban en cama, pero sin llegar al extremo de necesitar oxígeno o terapia intensiva.
“No tan fuerte” y sin embargo en estas semanas de enero murieron en promedio 41 personas al día. La explicación está en los informes oficiales, la mayoría de las personas muertas no se habían vacunado.
LA IGNORANCIA MATA
Oír a Wilfredo Chávez, que ocupa el cargo de Procurador General de Estado, decir que hay “conspiración” en Santa Cruz porque esa región concentra el mayor número de enfermos por Covid-19, ya es mucha perversidad con alta dosis de ignorancia.
En el otro extremo de un mismo gobierno encontramos a Jorge Silva, viceministro de Defensa de los Derechos de Usuario, que amenazó con 10 años de prisión para los que no se vacunen. ¡Ay Dios!
Nada menos se puede esperar de los antivacunas del MAS y de la oposición, porque los hay en ambos lados. Digieren cuanta falsa información circula por internet y la difunden por miles. Pero han ido más allá con marchas y bloqueos. Lo concreto es que este mes de enero será recordado por el triunfo de los antivacunas sobre el sentido común.
Con los antivacunas no se puede razonar, menos discutir, están cerrados en una convicción semireligiosa que se alimenta de la desconfianza hacia el gobierno y que les impide percibir el riesgo que ellos mismos corren.
Protagonizan bloqueos por la libertad de morirse por Covid-19 y le atribuyen a Dios los resultados.
La estupidez recorre el planeta desde el número uno del tenis mundial, Novak Djokovic, hasta el último de los oportunistas que quiere hacerse dirigente izando la bandera de la muerte.
LA COBARDÍA TAMBIÉN MATA
En plena ola de contagios Luis Arce presidió concentraciones campesinas con cero medidas de seguridad sanitarias, lo que equivale a la cuestionada fiesta por el cumpleaños del presidente argentino Alberto Fernández celebrada en plena cuarentena o las fiestas del primer ministro británico Boris Johnson. Con la diferencia que acá no causa escándalo la hipocresía de un presidente que predica una cosa y luego hace otra y que además pone en riesgo de contagio a miles de personas.
Cuando en una de esas tantas concentraciones, Arce quiso mencionar a las vacunas como un logro de su gobierno, fue rechiflado. A los silbidos se sumaron más tarde algunos pronunciamientos y bloqueos y entonces el gobierno de Arce retrocedió en un tema de vida o muerte. El carnet de vacunación dejó de ser requisito para acceder a los sitios públicos. A pesar de ello, siguen los bloqueos. Vaya uno a saber qué persiguen sus organizadores, una pega, un ministerio o qué.
La exigencia del carnet es la única forma de aumentar los índices de vacunación, y esto quedó demostrado durante los primeros días de su aplicación.
Los Estados recurren a la coerción, al carnet de vacunación como requisito para viajes y acceso a todos los sitios públicos. No se trata de convencer, se trata de salvar vidas. Como el cinturón de seguridad en los carros, es obligatorio, al margen de las creencias del conductor y de su estrecha visión sobre el ejercicio de la libertad.
Esto ha sido eliminado en Bolivia por la cobardía de Arce a enfrentarse a sus bases, educadas por Evo Morales en la inexistencia del virus.
La consecuencia es que Bolivia tiene el menor índice de vacunación en la región, 42,5 %. Sólo Venezuela está peor. Chile tiene vacunada al 87 % de su población, Argentina al 74 %, Ecuador al 73 % y Uruguay al 77 %.
A menos vacunas más muertos. Estamos en medio de una masacre por cobardía e irresponsabilidad y Arce deberá responder por ello.
ES TIEMPO DE PEDIR CUENTAS A LOS ANTIVACUNAS
Como usted, yo también vi en la Plaza Murillo a la doctora Patricia Callisperis haciendo campaña para eliminar los decretos que pusieron en vigencia el carnet de vacunación.
La doctora Callisperis encabeza a los antivacunas y debería hacerse responsable de las consecuencias de su prédica, como todos.
Debería atender gratuitamente en la Clínica del Sur, que es de su propiedad, a los pacientes graves que no se vacunaron y que terminan peleando por su vida y por una camilla en algún hospital público, e indemnizar a los familiares de sus seguidores, los antivacunas que pagan un precio muy alto, con su vida, el haber creído en su cháchara, como la señora que murió en la avenida Aroma de Cochabamba el pasado jueves 21 de enero, se desvaneció y cayo muerta en medio de la vía. Ese mismo día fallecieron por Covid-19 un total de 65 personas. Habiendo vacunas no es posible que muera tanta gente.