Por: José Luis Saavedra |
En el decurso de las últimas semanas, ha habido un par de noticias realmente pavorosas y ambas relacionadas con la crisis (no sólo cambio) climática. Pero, a las que -lamentablemente- se ha prestado muy escasa e insuficiente atención mediática. Se trata, una, del temprano advenimiento (29 de julio) del sobregiro ecológico de la tierra y, otra, del informe de la ONU sobre el agravamiento del calentamiento global.
El Día del sobregiro de la Tierra, creado en 2006, pretende calcular el número de días que el ecosistema planetario necesita para restablecer sus recursos biológicos gastados y absorber los residuos producidos en un año, así como la capacidad de los bosques para absorber las emisiones de dióxido de carbono, es decir que da cuenta de la huella ecológica de la humanidad.
¿Qué entraña entonces el sobregiro ecológico de la tierra?, esencialmente que los recursos biológicos, que la Tierra regenera durante un año, ya se han agotado. Esto significa que, con casi medio año restante, ya se ha consumido la cuota de recursos biológicos de la Tierra. Una (entre varias otras) razón primordial es la disminución del 0,5% en la biocapacidad forestal mundial debido -en gran parte- al aumento de la deforestación y los incendios forestales en la Amazonia.
Estamos pues afectando severamente la capacidad (en realidad la biocapacidad) de regeneración de la Tierra; tanto que, en la actualidad, la humanidad utiliza alrededor de un 74 por ciento más de lo que los ecosistemas globales pueden regenerar-se. Y esto no parece que vaya a cambiar pronto. De hecho, las emisiones de CO2 relacionadas con el sector energético, en particular con los combustibles fósiles, aumentarán por lo menos un 4,8 por ciento este año con respecto a los niveles de 2020.
A esta situación ya de por sí alarmante, se suma el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y la consiguiente advertencia de Naciones Unidas en el sentido que el calentamiento global está muy cerca de salirse de control y que la culpa la tiene “sin duda” el ser humano.
La cuestión central del informe es que el nivel de los gases de efecto invernadero -acumulados en la atmósfera- es lo suficientemente alto como para garantizar una gravísima alteración del clima durante décadas, por no decir siglos, es decir que el deterioro y los cambios ocasionados por la subida de las temperaturas durarán siglos.
Sin necesidad de esperar mucho, hoy mismo, los incendios forestales alimentados por el calor y la sequía están arrasando ciudades enteras en el oeste de Estados Unidos y es “prácticamente seguro” que la capa de hielo de Groenlandia seguirá derritiéndose (el derretimiento del permafrost ártico).
¿Y cómo andamos en Bolivia?, mal, muy mal, y en un sentido (extractivista) absolutamente contrario al más elemental cuidado de la naturaleza; aunque, claro, ladinamente adornado con un estúpido discursito del buen vivir e incluso del reencuentro con la pacha. Veamos brevemente algunos indicadores de lo que estamos afirmando.
En relación con la ampliación de la frontera agrícola, Miguel Ángel Crespo, fundador y director de PROBIOMA, refiere que hasta hace una década y media no pasábamos de tener un millón de hectáreas y al 2020 hemos llegado a casi cuatro millones de hectáreas. Igualmente, las oleaginosas y cultivos industriales eran de un 12% y ahora es de 45%, es decir que casi la mitad de lo que sembramos son cultivos destinados fundamentalmente a la exportación.
El agroextractivismo, que es el que domina Bolivia con el 45% del área sembrada, está impulsando la deforestación y la quema de bosques en el afán de buscar su propia rentabilidad a costa de nuestros recursos naturales, de la desaparición de acuíferos, etc.
El año pasado, 2020, se ha concentrado la mayor cantidad de superficie quemada en los departamentos de Santa Cruz y Beni, que hoy por hoy son los focos del crecimiento del agronegocio y el agroextractivismo, que también está muy relacionado con los avasallamientos y a las concesione ilegales otorgadas por el INRA y las ampliaciones de los plazos para las quemas otorgadas por la ABT.
La deforestación es pues para habilitar tierras destinadas fundamentalmente a la producción transgénica, es decir que se han desmontado bosques para habilitarlos para la producción de soya transgénica, maíz transgénico, sorgo, caña, etc. Y la propia otorgación de posesiones ilegales a los colonizadores (mal llamados interculturales), que están apropiándose de tierras que no son aptas ni para la agricultura, ni para la ganadería, es pues para la habilitación de pastos que sean destinados para el ganado consignado a la exportación de carne a la China.
Para terminar, no podemos sino preguntarnos por las relaciones entre el agroextractivismo y la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. No tenemos espacio para una argumentación fundamentada, bastará con decir que la agroindustria es uno de los sectores económicos de mayor impacto ambiental. Específicamente, la agricultura industrial contribuye al cambio climático liberando importantes cantidades de metano y óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernadero.
La ampliación de la frontera agrícola, el cambio del plan de uso de suelos, es decir la transformación de zonas forestales en tierras agrarias, también genera emisiones de gases de efecto invernadero. Como muchos otros cambios en el uso del suelo, la deforestación (que actualmente se produce fundamentalmente en la Chiquitania) también pone en peligro la biodiversidad, socavando todavía más la capacidad de la naturaleza para hacer frente a los impactos del cambio climático (como la absorción de lluvias intensas).
El tema de los incendios y el consiguiente incremento de la emisión de los gases de efecto invernadero, nos lo reservamos para un próximo artículo.