Por: Gonzalo Rodríguez Amurrio y Línea Democrática (L.D.)
Una tercera ola de contagios y muertes por COVID-19, con cifras alarmantes, caracterizó mayo de 2021 y, rumbo a concluir junio, no existen muestras ciertas de haberla superado, así como se aleja la esperanza de que la pandemia llegue a su fin en el país.
Las aflicciones que cada ciudad vive resultan trasladarse de una a otra, mientras el drama nacional sanitario continúa sobrepasando las capacidades de los gobiernos locales, en medio del único discurso real del gobierno nacional puesto en práctica: “hay que aguantar”.
Como muestra de estar sin rumbo frente a la pandemia es la vacunación que ha resultado librada al azar. No siempre se sabe si llegaron los lotes de vacunas anunciados, ni cuánto más llegará y en qué plazos. Tal es la incertidumbre que la segunda dosis, que debió estar prevista para completar procesos de vacunación, ya ha sufrido dos reprogramaciones.
En paralelo a la insatisfactoria gestión gubernamental de la pandemia, el partido oficialista se esmera por promover olas políticas de persecución selectiva, de intentos de afianzar sus teorías de golpe de Estado y de uso desvergonzado del ministerio público y la justicia penal como instrumentos partidarios para la persecución de adversarios.
No cabe duda que la persecución política como elemento central de la gestión gubernamental forma parte de un esquema, destinado a restituir el poder a favor del caudillo del partido de gobierno, como lo urgente para la cúpula evista antes que la salud de la población o el respeto a las garantías democráticas que debieran primar en el país.
El actual gobierno no llega a adquirir conciencia de que su desidia para encarar la pandemia, en lo inmediato, ya impacta severamente la salud y la vida de la población, así como impacta en los otros aspectos de la vida de la sociedad boliviana.
Cada día se constata improvisación tras improvisación, falta de coordinación con los gobiernos subnacionales, e incluso indicios de boicot, en medio de manipulación de datos sobre la pandemia, como los recurrentes errores de su viceministra de comunicación.
Mientras tanto los efectos de la crisis sanitaria sobre la economía persisten con rasgos preocupantes. No hay indicios de la reactivación. El único sector que parece marchar a todo vapor resulta el contrabando de alimentos y fármacos, causan zozobra entre la población.
De esos nefastos efectos no escapa la educación. La consigna de año de recuperación del derecho a la educación quedó en papel mojado. No garantizo siquiera la vacunación completa de las y los docentes, a la par que la ineficiencia, incompetencia e incluso ausencia de conectividad impide que los sectores populares puedan acceder a la educación a distancia.
Pero el drama nacional no queda ahí, las ideas negacionistas de la pandemia que el partido de gobierno sembró en 2020 subsisten, tal vez porque le conviene que no haya presión social demandando más vacunas. El control de la pandemia requiere de vacunas y medicamentos oportunos y accesibles, así como equipamiento y recursos humanos, aspectos en los que el gobierno no muestra el más mínimo interés en invertir. Sin controlar la pandemia no se recuperará la economía y las otras actividades de la sociedad.
En base a esta realidad se puede concluir que el gobierno pretende llevarnos a simplemente adaptarnos al sufrimiento, cuando debiera orientar a la sociedad para encarar exitosamente y cuanto antes la crisis pandémica y sus impactos económicos y sociales.
La base social núcleo del gobierno, del trópico de Cochabamba, puede que esté satisfecha con la gestión gubernamental de la pandemia y sus efectos en la economía y la vida social, pero la mayoría de la población no puede permanecer en silencio frente a este desastre sanitario y de terribles repercusiones económicas, educativas y sociales.
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