Por: Gonzalo Rodríguez Amurrio |
Dos recientes columnas de opinión han acicateado el debate sobre esta temática en el país. El sociólogo Ricardo Calla en su artículo “Imágenes de la vergüenza” de 21/06 ha cuestionado las prácticas de la izquierda autoritaria y reivindica una izquierda comprometida con la democracia y los derechos humanos, a propósito de la detención de la ex presidenta Jeanine Añez, para quién en apego al debido proceso reclama su libertad.
Por su parte el economista Alberto Bonadona en su nota “Derecha e izquierda” de 26/06 ha abordado el debate sobre el acceso al trabajo como opción y necesidad de las y los jóvenes, vista desde cada una de estas perspectivas ideológicas; además, superando la nostalgia de académicos y políticos del siglo pasado, contextualiza tal debate desde las vivencias y miradas de izquierda y derecha de las nuevas generaciones de este siglo XXI.
Ambos artículos han motivado reacciones en círculos académicos y políticos, planteando la disyuntiva de asumir el reto de los debates desde la izquierda y la derecha o evadir bajo el fácil argumento de que la izquierda y la derecha son cosa del pasado.
No se puede ignorar que el valor de ambas notas de opinión no surgieron de inquietudes meramente teóricas, sino más bien de urgencias prácticas: la posición de la izquierda – o una tendencia de ella – sobre la vulneración de derechos fundamentales de la exmandataria y, por otro, el abordaje del derecho al trabajo de las y los jóvenes y qué ofrecen o creen derecha e izquierda desde sus miradas de la economía y la vida social.
El debate entre la izquierda y derecha debiera verse necesario en la democracia, que decimos reivindicarla. Lamentablemente subsisten mantos oscurantistas.
El partido oficialista que se presentó y se reclama de izquierda ha postulado que la derecha debió y debe desaparecer por tanto no tendría derecho siquiera a la palabra. Por su parte un conservadurismo de derecha, en las últimas décadas, ha postulado que tales batallas ideológicas ya no debieran existir o más aún, en su deseo, ya no existen.
La primera de esas tendencias fracasó en su intento de exterminar a la derecha, sobre todo a aquella que terminó por identificarse con la democracia y los derechos humanos y que, a partir de ello, muestra un potencial de desarrollo.
La tendencia conservadora no puede cumplir se anhelo de eliminar el debate ideológico, porque incluso para presentarse ante la sociedad lo hace anunciando que son de centro o neutros; lo que solo es posible admitiendo, así sea a regañadientes, de que las perspectivas ideológicas de izquierda y de derecha si existen.
Luchar por la democracia implica admitir el pluralismo de ideologías y posturas políticas y la consiguiente tolerancia, lo que no equivale a resignación sino a esperanza, ya que una confrontación de ideas respetablemente conducidas es necesaria, útil, urgente y vivificante, porque la vida política y social sin pasión sana más huele a muerte.
Ahora bien, se habla de que este siglo en gran medida, no exclusiva, está marcada por la lucha por la democracia y la efectividad de los DD.HH. Por tanto, respecto a ambas tienen que definirse la izquierda y la derecha. Al fin de cuentas la democracia y los DD.HH. son sus criaturas. Derecha e izquierda, a su manera, aportaron a su existencia.
No olvidemos que los tratados sobre derechos humanos son producto de la última post guerra mundial. En su texto, desde las miradas del liberalismo y su visión de mercado se aportó las libertades civiles, políticas y el reconocimiento del derecho a la propiedad privada. En tanto que, desde la izquierda, sobre la función social de tal propiedad y una amplia gama de derechos económicos y sociales. Desde el “centro” (variantes entre la izquierda y derecha) los derechos culturales, colectivos y medioambientales.
La democracia a la vez que es un derecho fundamental, es esencial como régimen necesario para garantizar el conjunto de todos los otros derechos humanos.
Gonzalo Rodríguez Amurrio es abogado, ex dirigente obrero y un promotor de Línea Democrática