Por: Johnny Nogales Viruez |
La detención de la expresidenta Jeanine Añez y de algunos de sus colaboradores, así como el apresamiento de jefes militares y policiales, junto a la difusión del eslogan que define como “Golpe de Estado” a los sucesos de octubre y noviembre de 2019, ocupan hoy el centro de la atención en la política nacional, con relevancia mundial.
Y no es para menos, pues el resultado de estas acciones nos podría conducir al restablecimiento del autoritarismo o incitar a la rebelión social; es decir, sería la imposición de la fuerza o la lucha por la libertad. A esos extremos estamos llegando, cuando transcurren pocos meses de la instauración del nuevo gobierno del Movimiento al Socialismo – MAS.
La figura retórica de que el cóndor vuela alto porque sus dos alas, la derecha y la izquierda, se mueven armónicamente, dio paso a la burda copia de una frase de líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz: ahora se dice que “no es el odio lo que impulsa nuestros actos sino una pasión por la justicia”.
Supongamos por un momento que esa declaración es sincera; pues, bien, busquemos una verdadera justicia. Si esto es cierto, no acudamos a una justicia que está preñada de actos ilegales, como detenciones a altas horas de la noche, coacción y hasta amedrentamiento a familiares de los imputados, confesiones ministeriales de “fabricar” procesos penales ante la supuesta imposibilidad de ir a un juicio de responsabilidades y tantas otras anomalías cometidas.
Entre los fundamentos para que exista una verdadera administración de justicia, encontramos como primera exigencia: la independencia de los juzgadores y su apego incondicional a las leyes, sin que medie ningún otro influjo. Por tanto, a fin de cumplir con este requisito inexcusable es preciso efectuar profundos cambios en la estructura judicial boliviana. “Si hay algo esencial para el funcionamiento de un Estado – y con mayor razón, de un Estado Social de Derecho – es la administración de justicia. Sin ella, o cuando ella no responde a las necesidades de la población, imperan el caos, las vías de hecho y la tendencia a hacer justicia por mano propia”, sentencia el jurista José Gregorio Hernández Galindo.
El remedo de procesos judiciales que hoy se llevan en contra de los acusados de sedición, terrorismo y conspiración no hace otra cosa que demostrar que el sistema judicial del país es nada menos que un brazo operativo de la represión y que obedece ciegamente a los intereses políticos del gobierno de turno. Y no es que guarde fidelidad a sus amos actuales, pues cuando cambió el gobierno se adaptaron de inmediato a los requerimientos de su nuevo patrón; así ocurrió en la etapa de la transición, cuando pensaron que los caídos nunca regresarían.
Si la Justicia es nuestra pasión, como se declara, convengamos que no puede ser una dama que mira solo a la derecha, mientras los de la izquierda se escudan en amnistías e indulgencias oficiales para tapar la comisión de latrocinios, violaciones, asesinatos, destrucciones y atentados contra la vida de miles de personas.
Se representa a Themis – la diosa de la Justicia - como un símbolo de la equidad, no como un cíclope o un sujeto que adolece de estrabismo; la venda que cubre sus ojos significa precisamente que no hace distinciones a la hora de aplicar la balanza entre los hechos y las normas. En nuestro país, en cambio, parece estar espiando con fruición el color político o la cantidad de billetes de los “clientes”, y quienes no actúan de esa manera y no se suman al tropel son suspendidos, sustituidos o, finalmente, enjuiciados.
En definitiva, la justicia no debe ser un instrumento de venganza ni una nueva inquisición a la que se somete, como escarmiento, a los adversarios políticos. Tampoco se la puede desvirtuar a tal grado de convertirla en la tapadera para entronizar una dictadura. Y, pensando en la sociedad boliviana en su conjunto, es preciso recordar que no puede existir paz social ni armonía en las relaciones entre las personas y las instituciones si no tenemos una administración proba que sólo doble la rodilla ante la ley. Mientras eso no ocurra, nadie estará a salvo; ni siquiera los que hoy detentan transitoriamente el poder.