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ADIÓS A LOS CÍNICOS

Introducción de Amalia Pando | 

Hoy  el problema de la pandemia no es la cepa ni la marca de las vacunas sino el gobierno. 

Los países con mayor número de muertos y contagios coinciden con gobiernos que negaron la gravedad de la enfermedad, que con su ejemplo y  discurso promovieron la irresponsabilidad social  y dejaron solos y en la indefensión al sector salud. 

El New York Times, en su edición del pasado 4 de febrero, publica un articulo de Diego Fonseca titulado “Adiós a los cínicos” que desarrolla este tema. 

Cita a los gobiernos de Trump en los Estados Unidos, López Obrador en México, Bolsonaro en el Brasil, Maduro en Venezuela, Fernández en la Argentina, y otros. Sin embargo, no cita el caso de Bolivia ni el papel protagónico de  Evo Morales  en la propagación del coronavirus. 

Por ello, antes de reproducir el importante aporte de Fonseca en establecer responsabilidades por la muerte de miles y miles de personas, me permito recordar lo siguiente :

Morales no era presidente de Bolivia cuando  en marzo del año pasado estalló la pandemia en nuestro país, pero fue el organizador de la tragedia que vivimos por doble partida. 


Ampliado en el Chapare . Nadie usa barbijo

Evo Morales había renunciado al gobierno solo cuatro meses antes de ese fatídico mes de marzo, dejando un sistema de salud devastado a lo largo de los 14 años que duró su régimen. En esas penosas condiciones, sin equipos, laboratorios, ni  infraestructura hospitalaria, y con un gobierno transitorio, el personal de salud tuvo que enfrentar la avalancha de contagios. 

Y, al mismo tiempo, el país tuvo que enfrentar la  arremetida política del MAS, organizada por Morales desde su autoexilio en Buenos Aires. 

Echaron a rodar la incredulidad sobre la existencia del  coronavirus. En amplios sectores populares establecieron la creencia de que todo era un invento de la derecha para postergar las elecciones. 


Bloqueos del MAS impidieron el paso del oxígeno

Los médicos, enfermeras y ambulancias se convirtieron en blanco de ataques físicos. Y en agosto, en la cresta de la primera ola,  lanzaron en todo el país un violento bloqueo de caminos, causando la masacre del oxígeno, porque fue una masacre por asfixia ¡Qué indolencia! No les importó ni la agonía de los enfermos ni el riesgo de muerte que corrieron los propios bloqueadores. 

Llegaron al extremo de ridiculizar a quienes usaban barbijos y a someter al escarnio a los familiares de los muertos por Covid-19.  

En esa masacre murió Esther Morales, la hermana mayor del promotor de los bloqueos quien se hizo la víctima por no poder asistir al entierro. 

Hoy, uno de los principales causantes de esa cruel y criminal medida, Juan Carlos Huarachi , de la COB, se niega a asumir su responsabilidad y miente acusando a la expresidente Jeanine Añez de haber “ocultado” el oxígeno. 


Bloqueos del oxígeno, Bolivia reporta ante la OEA que hay 31 muertes por falta de oxígeno | Página Siete

Evo Morales, en medio de la pandemia, promovió grandes concentraciones para la campaña de su candidato  Luis Arce, y otras aún mayores para su retorno al país. 

Pero, qué ironía política, los promotores de los contagios y muertes por Covid-19, capitalizaron la crisis económica y ganaron las elecciones. 

Recuperado el gobierno, el ahora presidente Luis Arce ha concentrado su dedicación y energía en la revancha judicial y laboral contra los integrantes del anterior gobierno y, guitarra en mano, en hacer campaña electoral para cumplir la meta fijada por Morales de  para tomar el control de las gobernaciones y alcaldías en  Santa Cruz, Cochabamba y La Paz. 

Hizo aprobar una Ley de Emergencia Sanitaria cuyo único objetivo es castigar   a los médicos nacionales y traer de vuelta a los cubanos. La compra de vacunas y su aplicación en Bolivia es una de las más atrasadas del planeta. 


Chile vacuna a más de de 150 mil personas por día

Mientras Chile, por ejemplo, avanza a un ritmo de vacunación masiva de 150 mil  por día, en Bolivia es de 712 al día, 3, 560 en los 5 primeros días . El periodista Juan Carlos Rocha hizo el cálculo y concluyó que a ese ritmo tomará más de 27 años para vacunar a toda la  población. 

Hay días en los que los contagios superan los dos mil y los muertos bordean el centenar. “No le tengan miedo a las estadísticas” dijo cínicamente el presidente Arce. La verdad es que las estadísticas no dan miedo sino la indolencia e ineptitud del gobierno que junto al virus es corresponsable de tanto dolor. 

A continuación, el anunciado artículo de Diego Fonseca:


ADIÓS A LOS CÍNICOS 

Por: Diego Fonseca | 

Una crisis de salud que ha derivado en millones de muertes demanda que saquemos a los cínicos del poder. En México, Brasil y el resto de América Latina.


Jair Bolsonaro

Pocas dudas, si quedase alguna: los gobiernos de Brasil y México ocupan los fondos de la desvergüenza por su pésimo manejo de la pandemia. Y esa evidencia entraña un perturbador problema de fondo: en ambos casos, la ignorancia e improvisación de los funcionarios se alimenta con cinismo.

La administración de Jair Bolsonaro ha desafiado a la ciencia, desairado a los expertos y facilitado —cuando no alentado— comportamientos irresponsables que expandieron los contagios en una nación con un sistema sanitario debilitado desde antes de la pandemia. Andrés Manuel López Obrador y su zar anti-COVID, Hugo López-Gatell, se niegan a admitir el fracaso de su respuesta ante el virus. Desestimaron la severidad de la crisis y pronosticaron repetidamente el fin de la progresión de la enfermedad, solo para ser desmentidos, una y otra vez, por un número ascendente de enfermos y muertes.

Otra vez: que Brasil y México sean dos de las tres naciones con más muertes por la pandemia se explican por ignorancia, improvisación y, en el fondo, cinismo.


Una toma aérea del panteón de Xico, en el Estado de México, en enero de este añoCredit...Carlos Jasso/Reuters

Y esto requiere tomar decisiones: si es una necesidad en condicionales normales, una crisis que ha derivado en más de 2,2 millones de muertes y redefinió al mundo demanda que saquemos a los cínicos del poder. Es un imperativo categórico: deben irse. A la primera oportunidad electoral, desmontarlos a votos. Precisamos una vacuna ética.

Donald Trump ya dejó la Casa Blanca, pero América Latina mantiene viva su innecesaria porción de gobiernos dantescos, la gran mayoría afincados en el culto del personalismo autoritario. El régimen de Daniel Ortega, por ejemplo, montó un cerco informativo impenetrable y decretó una “normalidad” que es incapaz de hacer creíble la cifra oficial de muertos del país, unos 170. Y hace unos días, Nicolás Maduro anunció que Venezuela tenía unas “goticas milagrosas” que podían detener el coronavirus. El arrebato llegó meses después de que su gobierno dijera poseer una ignota molécula cuya eficacia jamás demostró contra el virus y de que el propio Maduro promoviera un tratamiento con un té de hierbas.

No hay droga que hechice mejor las ambiciones personales que el poder. No hay droga más embriagante y tóxica capaz de convertir a individuos normales en semidioses, la encarnación de una embajada mesiánica. Esa embriaguez, en un cínico, es criminal y desdeñosa. Daña sin que le importe.

Populistas y autócratas mandan con cinismo porque creen que el ejercicio del poder es un derecho por simple mayoría. El peronismo, ese mutante político en apariencia inagotable, tiene a Argentina en permanente entredicho. Rafael Correa amenaza con regresar a Ecuador. Ortega convirtió a Nicaragua en una nación esotérica gobernada por una suerte de culto. Guatemala es rehén de la captura del Estado a manos de su clase empresarial y los militares y los políticos que les sirven de mandaderos. En El Salvador, quienes prometían acabar con el autoritarismo se mostraron tan duros y corruptos como sus predecesores y abrieron el camino a Nayib Bukele, otra expresión de la antipolítica con tan pocos principios como límites y una abundancia de autosuficiencia desdeñosa.


El cementerio de Nossa Senhora Aparecida, en Manaos, Brasil, registró aproximadamente 3000 entierros al día por víctimas de la COVID-19 en enero de 2021.Credit...Marcio James/Agence France-Presse — Getty Images

Autoritarios, dizque revolucionarios y constructores de cultos gobiernan inventando realidades alternativas: el virus no es peor que una gripe, se trata con gotitas, los cubrebocas no son imprescindibles.

Esos mundos de fantasía no son, obviamente, inocuos. Cuando gobiernos como los de AMLO o Bolsonaro niegan entidad a la peor pandemia del siglo, aceleran la degradación de la crisis sanitaria a niveles criminales. Los Maduros del mundo que engañan a familias desesperadas matan dos veces a abuelos, padres, hijos y hermanos: cuando no asumen la crisis como hombres de Estado y cuando reducen su combate posterior a un ejercicio de simulación de soluciones. Es cinismo el Maduro de las gotitas milagrosas, el Trump de la inoculación de lejía y las luces ultravioletas y el AMLO de los besos y abrazos contra el virus: menosprecian la demanda social porque se atraviesa en sus planes de ajustar la realidad a su deseo.

Ignorancia y prepotencia. Esos dirigentes irían a una guerra armados con varitas mágicas y diez horas de púlpito ilógico, trivial, bárbaro para justificarse. No podemos permitirnos más abuso de la cosa pública.

Una vacuna ética contra los cínicos, entonces. Una, como en los clásicos, que asocie las elecciones y el comportamiento a la virtud. Y eso no puede existir sin el involucramiento de la sociedad civil.

Pero no esperen una solución definitiva, mágica e instantánea y, por ende, simplista. Para librarnos de esos cínicos tenemos un pequeño problema inicial: la mayoría de ellos son hijos del hartazgo social con sus predecesores, hoy en la oposición. Muchas de esas oposiciones son flacas y torpes y una buena parte debe responder por la corrupción que facilitaron cuando gobernaron. El nudo gordiano es grueso: quitamos a los otros porque nos hundían, pero ¿quién nos salva de los salvadores?

La renovación política es lenta; la que es precipitada acaba mal. Gobernar demanda conocer las avenidas y vericuetos de la gestión. Debemos corregir la plana a gobiernos con oposiciones más maduras —y no existirán sin nuevas figuras—, reemplazarlos en la primera oportunidad —así sea con candidatos subóptimos que supongan una leve mejoría— y planear a futuro. Solo una ciudadanía que regrese a los partidos y a la vigilancia activa de sus elegidos puede poner en caja la propensión al albedrío atropellador del cínico.

No pasará mañana. Quizás tome una generación lograrlo. Y esa vacuna ética no produce inmunización permanente: hay una dosis en cada elección y refuerzos permanentes en el debate público, la organización civil, el control crítico y la participación. No podemos dejar que una crisis que debilite el cuerpo social —y ya no hablo de la pandemia— quede en manos de inescrupulosos.



Diego Fonseca es colaborador regular de The New York Times y director del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro publicado en España.

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