Por: Johnny Nogales Viruez |
Cada día nos enteramos de que un familiar, un amigo, un vecino o un conocido han sido atacados por el nefasto virus que se ha esparcido por todos los confines del mundo.
Si no nos ha tocado padecer el mal en carne propia o pudimos vencerlo, debemos sentirnos agradecidos; pues suman millones las personas que en este preciso momento luchan por sus vidas, aquejados por una plaga cuyo origen y tratamiento aún no se conocen a ciencia cierta. En nuestro entorno, imágenes impactantes de intubados o voces desgarradas por los efectos de la agresión infame, nos conmueven y nos sobrecogen el alma. Pero lo peor: ¿Cuántos hogares están llorando la pérdida de una madre, de un padre, de un hijo o de un hermano? ¿Cuántos no han podido siquiera velar o despedir a sus muertos?
Demás está referirse a los estragos económicos que la pandemia está causando y a la imposibilidad de mucha gente de conseguir los recursos mínimos para subsistir.
En este marco, la indiferencia o la incompetencia de las autoridades, en todos los niveles de gobierno (municipio, gobernación o Poder Ejecutivo), se pone de manifiesto ante las grandes necesidades que presenta la población afectada. Mientras sigue el carnaval de las elecciones “subnacionales” (¡palabreja malhadada!), la gente no encuentra atención profesional eficiente y oportuna ni remedios para paliar su mal. Los medicamentos y hasta el oxígeno escasean y son motivo de especulación para los que hacen un vulgar negocio con el dolor y el sufrimiento ajenos.
Los propios miembros del servicio médico no cuentan siquiera con los implementos básicos de bioseguridad, a pesar de que están diezmados por tantos contagios. Una honrosa pero lacerante galería de fallecidos queda como constancia de que Hipócrates tuvo aquí leales discípulos.
Ni siquiera nos queda mucha esperanza en la protección de las ansiadas vacunas, que son motivo de tanta susceptibilidad y discusión acerca de sus cualidades y utilidad. Y es que, aunque fuesen la solución, una vez más se asoma la desconfianza en su adquisición transparente y en la forma en que será gestionada su distribución, para que lleguen antes que la guadaña de la Parca.
Frente a esta terrible situación, se han formado cadenas para orar e implorar la protección divina; eso es bueno, pero no podemos quedarnos en las rogativas y en los reclamos, es imperativo que actuemos como una sociedad solidaria y unamos voluntades para ayudar a los más necesitados.
Lo que está a nuestro alcance, sin esperar que ningún político decida por nosotros, es practicar y promover dos cosas:
Primero, el respeto a las reglas básicas de seguridad (lavado, tapaboca y distanciamiento) junto a la auto imposición de una cuarentena rígida personal; esto significa que en nuestras familias tengamos cuidado de que nadie salga si no hay verdadera necesidad o, en su caso, que se lo haga con todas las precauciones. Las cuarentenas obligadas no son acatadas por aquellos que no comerán si no salen a trabajar ni por los irresponsables que se creen inmunes; sólo sirven para desatar más abusos y arbitrariedades.
Segundo, mitigar las urgencias tanto de los centros de atención en salud como de los propios enfermos que carecen de recursos, en la medida de nuestras posibilidades. Para que la iniciativa no sea aprovechada por inescrupulosos, las más reconocidas organizaciones privadas de bien social deben ser el instrumento; aquellas en que tengamos confianza, por la calidad de las personas que las integran. Por ejemplo, entidades como Davosan o Cerniquem podrían recibir dinero y encauzarlo a dar ayuda a este sector específico, mientras dure la pandemia, sin dejar desvalidos a sus beneficiarios. Es imperativo que actuemos como sociedad solidaria y unamos esfuerzos para ayudar a los más necesitados.
Esto no significa liberar o eximir a los que tienen el deber de representarnos políticamente; hay que continuar interpelándolos y cuidar celosa y conscientemente nuestro voto. Ya que volver a la antigua normalidad no es algo que se divise en el horizonte cercano, demos el ejemplo de responsabilidad, compromiso y cooperación a nuestros semejantes. No esperemos de otros lo que no somos capaces de hacer nosotros mismos.