Por | Johnny Nogales Viruez
En un reciente acto de campaña, nada menos que el Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela, el inefable Diosdado Cabello, lanzó una dura advertencia: “El que no vota, no come. Para el que no vote, no hay comida… se le aplica una cuarentena ahí, sin comer”.
No funcionó la burda amenaza con la que se quiso obligar a la población a concurrir a unas elecciones parlamentarias tildadas de fraudulentas por toda la oposición y por gran parte del mundo libre. Ni siquiera con el exabrupto logró que la gente participe: apenas el 31% de los electores acudieron a las urnas; eso significa que más de dos tercios decidieron no asistir. El resultado fue que alrededor del 20% de los ciudadanos habilitados votaron por los candidatos oficialistas. El nuevo Congreso estará formado por gente que representa a menos de una quinta parte del total de votantes; a pesar de lo cual el régimen volverá a copar el Parlamento.
Existen diversas historias que intentan describir a Iósif Satlin, el dictador comunista que gobernó la Unión Soviética por más de 30 años, durante los que se calcula que encarceló y mató a dos millones de personas. Se le atribuye la frase: “No importa quién vota, sino quién cuenta los votos”; y este aserto ha sido seguido a pie juntillas por sus émulos en todo el mundo. Dícese también que desplumó a una gallina viva y, cuando terminó la tortura, la soltó y le ofreció comida; el pobre animal hambriento, a pesar de la sangre y el dolor, empezó a seguirlo, y él dijo orgullosamente a sus colaboradores: “Así se gobierna a los estúpidos… Así son la mayoría de los pueblos, siguen a sus gobernantes y políticos, a pesar del dolor que les causan, por el simple hecho de recibir un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida…”
Durante los casi 14 años de Hugo Chávez en el poder (que luego dejó como herencia a su delfín, en lo que he denominado “monarquías socialistas”) y luego en los 7 años de Nicolás Maduro, sólo el despilfarro de los ingentes recursos económicos de esa rica nación petrolera ha sido comparable con el atropello a los derechos humanos y, en particular, a los derechos políticos de los habitantes de esa bella tierra. Millones de ciudadanos venezolanos abandonaron atemorizados su patria, escapando de la miseria que implantó el llamado “socialismo del siglo XXI” y las veleidades “bolivarianas” de sus cabecillas.
Diosdado Cabello, autor de la funesta frase y reputado como el poder detrás del trono, es nada menos que señalado como el jefe de un emporio del narcotráfico, el Cártel de los Soles, al que presuntamente fueron enrolados los principales jefes militares, para asegurarse su absoluta obediencia y sometimiento. Se comenta que las doradas insignias que lucen en sus uniformes son el medio de identificación de su grado en la estructura delincuencial. Sin duda, el control de las armas es fundamental para la estabilidad del régimen.
¿Cómo es posible que la gente dependa del gobierno para comer? De una manera muy sencilla: A pesar de que en sus inicios Chávez logró captar la simpatía de algunos sectores empresariales, que creyeron en sus promesas y codiciaban sus favores, muy pronto quedó al descubierto que su ansia de controlar todo el aparato productivo motivó confiscaciones atrabiliarias, procesos judiciales amañados para hacerse de bienes y empresas privadas, y un sinnúmero de reglas impuestas con el claro plan de dominar completa y exclusivamente todos los aspectos de la vida nacional. Cuando se logra el totalitarismo estatal en la propiedad y el control de los medios de producción, la sociedad entera queda desvalida y sumisa a los deseos del mandamás.
Pero no se llega a esos extremos de la noche a la mañana; es una estrategia sostenida, que va minando de a poco la capacidad de las personas para expresarse o hacer ciertas cosas. Empieza con pequeñas limitaciones, primero, que se van soportando gradualmente; continúa con el manejo arbitrario de los mecanismos de seguridad y de justicia, y termina conculcando las libertades de hablar y hasta de pensar.
Si el pueblo se acostumbra a vivir de las dádivas del gobierno pierde la autoestima y se vuelve un adicto a la prebenda; no importa si ella se disfraza de contribución solidaria, de ayuda humanitaria o de bonos, cuando éstos son otorgados con recursos públicos, de forma permanente y dependen de la discrecionalidad de los gobernantes.
Es ciertamente abominable que te exijan el voto para darte de comer. Pero, ¿se trata sólo de Venezuela y de un caso aislado el que comentamos? Aquí cabe un NO rotundo. Todos los países que ceden al dominio del autoritarismo, en cualquier parte del mundo, siguen el mismo camino, más tarde o más temprano.