Por Johnny Nogales, abogado.-
Es el tercer domingo de octubre, de un año que quisiera borrar del calendario; me encuentro a solas con mi conciencia, encerrado en un cubículo improvisado y tengo frente a mí una papeleta multicolor; estoy impelido a cumplir con mi deber ciudadano: debo marcar una casilla para elegir a quien yo quisiera que sea el próximo Presidente de Bolivia.
Ya no hay más tiempo. Pasó la oportunidad de que se logren alianzas o que se encuentren coincidencias; lo cierto es que, según los resultados, entre las piedras y la arena no germinó la semilla de la concertación. Ahora nos enfrentamos a la encrucijada de que el Movimiento al Socialismo (MAS) retorne en hombros de la multitud al manejo del poder, quién sabe por cuántos años, o que alguno de los candidatos que presumen de opositores le presente pelea y se pueda apelar a una segunda vuelta.
Cuando pienso en la posibilidad de la victoria del autoritarismo, no encuentro una explicación de cómo llegamos a semejante retroceso, después de haber participado en esa heroica gesta de rebelión, hace ya un año. Es una pesadilla. ¿Con qué cara decimos que no fuimos protagonistas de un golpe de estado, si el partido político que derrocamos resulta ganador de las elecciones por el voto mayoritario de los ciudadanos bolivianos? Tendremos que acudir a justificativos anodinos: que el gobierno de transición no hizo su trabajo; que continúa incólume la estructura tramposa; que tuvimos que votar con las mismas normas que sirvieron para amañar los resultados; que no se castigó el delito de fraude que cometieron; que los depredadores de la cosa pública nunca fueron juzgados; que los líderes se dejaron arrastrar por la mezquindad; y un largo etcétera que no alcanzará ni para acallar por un instante la decepción y el profundo dolor que, de seguro, nos invadirá.
Todas éstas son piezas de una gigantesca y desoladora tragicomedia, con protagonistas principales, secundarios y un variopinto contingente de corifeos. Los cabecillas de las facciones políticas enarbolaron sus ridículas banderitas; una numerosa caterva de sumisos seguidores se ensordeció por el retumbar de los tambores de guerra; empezaron a disparar a ciegas, desenfocados del enemigo principal. También hubo consuetas que, bajo el disfraz de asesores y amparados en el anonimato, jugaron su nefasto rol de inflar grotescos egos. Se atizó el odio entre bolivianos: el corto tiempo en que todos nos creímos amparados en la tricolor dio paso a los enconos racistas; se esgrimieron las armas arteras de la pugna regional, de las reivindicaciones locales, del secular rechazo al centralismo; del acicate al conflicto generacional y hasta de la confrontación entre los que hacen profesión de fe y los impíos. Agachamos la cerviz para no mirar a la nación en su conjunto. Se extravió la brújula que orienta nuestro andar y que nos fija el rumbo hacia la libertad.
Siento que se me revuelve el estómago con tanta iniquidad y el desaliento me inclina a pensar que la política es una actividad reservada a inmorales, pervertidos, ladinos y vividores. Hasta llego a creer que es verdad la sentencia de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
No encuentro alternativa. Tengo que intentar que mi voto - ojalá que sumado al de millones de conciudadanos - nos lleve a una compasiva segunda vuelta. A sabiendas de que nos esperan días aciagos, me dispongo a colocar la señal de mi apoyo a quien creo que tiene más posibilidades de vencer en el desquite. Se me eclipsa la esperanza y se oscurece el cielo más puro de América.
Gracias a Dios no hemos llegado al día de las elecciones y este es un “déjá vu” a la inversa; aún hay tiempo de enmendar errores. Pido disculpas a quienes hice sufrir en forma antelada, pero no quisiera que pasemos por este suplicio y he preferido imaginar lo que, al paso que vamos, podría ocurrir. Espero que no sea una premonición y que el sólo pensar en que esto se vuelva real nos ayude a reflexionar, nos permita renovar el amor por la Patria y nos comprometa a unirnos para intentar un triunfo claro contra la dictadura, en la primera vuelta.