Por Dennis Lema Andrade, vía Los Tiempos.-
¿Por qué afirmamos que los jóvenes deben hacerse cargo del país? Son producto de un sistema educativo mediocre y anacrónico, y de una vida familiar y social con actividades intrascendentes, destinadas a matar el tiempo.
Sintonizan más con Bonny Lovi que con Franz Tamayo, y confunden el coraje con una bravuconería de discoteca que, en política, ocasiona errores vergonzosos y risibles –la breve y accidentada trayectoria de Camacho y Pumari es un ejemplo–.
¿Por qué buscamos con impaciencia deshacernos de quienes consideramos viejos? ¿Desde cuándo la experiencia es un defecto? La renovación –de personas, de ideas– es importante, pero es más responsable cuando se produce una transición generacional, un concepto poco atractivo para un marketing electoral que busca vendernos un producto defectuoso dentro un envoltorio brillante. Y lo consigue.
Tampoco todas las mujeres son maravillosas. También hay corruptas, atropelladoras, ignorantes e ingenuas, entre otras joyas. En este país hubo una Adela Zamudio y una Marina Núñez del Prado, pero también hay, por ejemplo, una masa peligrosa de fanáticas de la religión, de la astrología y del feng shui, que están lejos de ganar un Nobel, a menos que se premie a la superstición.
El Gobierno actual se apropia y abusa de la imagen de la mujer –“sólo ella puede poner la casa en orden”– para manipular el voto en favor de una señora, otrora desconocida y con una opinión sin peso en el contexto nacional, que fue beneficiada por el azar y que impulsa una candidatura presidencial desde un Gobierno transitorio.
En esta época electoral hay una sacralización de algunos estereotipos, con argumentos superficiales, que de tanto repetirse generan en la sociedad un prejuicio positivo que beneficia a personas que en la mayoría de los casos no hicieron ningún mérito para merecer nuestra admiración y confianza.
Esto no es reciente, claro. En el Gobierno de MAS se promocionaba el valor moral del indígena: un hombre místico, que cuida los recursos naturales, que no tiene apego por lo material.
Entonces, recuerdo al amauta que entregó a Evo el bastón de mando en las ruinas de Tiwanaku –en una ceremonia pomposa con disfraces costosos, ofrendas a la Pachamama y a los espíritus protectores–, y que al poco tiempo fue apresado por posesión de cantidades industriales de cocaína. Y luego al mismo Evo, inaugurando un museo biográfico construido con fondos públicos, o sentado en el avión presidencial, vestido con un traje de diseñador, viajando al extranjero para ver un partido de fútbol o para asistir al cumpleaños de su amigo Fidel.
Tampoco todos los religiosos son ciudadanos ejemplares. Conozco a un matrimonio de catecúmenos/empresarios que asisten a retiros espirituales y cantan en la iglesia los domingos, pero que en negocios son más temibles que Bonnie y Clyde. Entran a las tiendas repartiendo bendiciones y haciendo la señal de la cruz hasta a las paredes, y al mismo tiempo tienen un récord insuperable en pagos con cheques sin fondo. También hablan de Dios cuando los llaman sus acreedores.
Y no todos los ancianos son sabios ni respetables, ¿o qué opina usted del alcalde de Santa Cruz? Tengamos la misma cautela con aquellos empresarios exitosos, folkloristas populares, exmundialistas, presentadores de televisión y otras cáscaras relucientes que nos quieren vender como futuros líderes políticos.
Dejemos de premiar al sexo, a la edad y a la religión, sino al mérito real, tangible y comprobable. ¿Comenzamos en estas elecciones?