Escuchamos estos días, casi hasta la saciedad, que el coronavirus ha iluminado las dolorosas realidades de nuestros países. Ha mostrado las arterias de la globalización y ha hecho que recordemos la igualdad esencial que nos une: la cercanía de la muerte. El coronavirus se presenta como riesgo incontrolable, y aunque en rigor es menos letal que otras causas de muerte prevenible como el dengue, los feminicidios y el parto, por mencionar, es mucho más temido por incontrolable. Su llegada permite una radiografía de la desigualdad. Unos son más iguales que otros.
El virus no reconoce fronteras, pero necesita de personas en aviones, barcos y coches para trasladarse. Una forma de detenerlo ha sido el cierre de aeropuertos y fronteras, dejando a miles de personas en la incertidumbre. Han sido los ciudadanos de países ricos los que han conseguido retornar a sus países de origen; mientras que otros, como los migrantes, están siendo expulsados y no son bienvenidos cuando retornan.
Los viajeros reproducen la escala social y las jerarquías entre países. Los alemanes viajan en Lufthansa y no pueden traer bolivianos de Alemania por razones que se suponen, pero que no se dicen. El Ministro Arias, a cargo de las repatriaciones, ha indicado que “la norma aprobada por la Presidenta Jeanine Añez establece el cierre del espacio aéreo para los vuelos comerciales y de pasajeros, a excepción de vuelos de carga, mercadería y casos de emergencia o humanitarios, además del traslado de diplomáticos”. ¿Será que los alemanes son tan tacaños que no pueden ofrecer espacio en sus aviones para el retorno de bolivianos que así lo requieren? ¿Es más humanitario repatriar diplomáticos que músicos o estudiantes?
Lo más probable es que el gobierno boliviano haya decidido no pedir ayuda para no tener que poner en cuarentena a los viajeros varados en distintos países. Los ciudadanos europeos, a pesar de algunos fracasos evidentes en el manejo de la pandemia, como los de Italia y España, tienen mejores sistemas de salud, recursos para contratar vuelos y una ciudadanía que reclama por sus connacionales. Para ellos, en este caso considerado humanitario, se activó la petición diplomática de la Embajada de Alemania, que es coordinada con Servicios de Aeropuertos de Bolivia, para la habilitación de los aeropuertos internacionales de El Alto y Santa Cruz”, detalla un comunicado.
No tuvieron la misma la suerte los 25 jóvenes músicos bolivianos que desde Alemania están pidiendo ser repatriados sin conseguirlo. Se trata de jóvenes músicos de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos, los que debían ofrecer conciertos en Alemania, cancelados debido a las medidas preventivas contra el covid19. Ellos se encuentran a la espera en la Academia de Música de Rheinsberg, luego de que la empresa con la que debían retornar anunció la suspensión de sus operaciones. Tampoco es el caso de los estudiantes en Francia y de otros países que han pasado a formar parte de una “lista de espera” a la boliviana, que los coloca en la incertidumbre y los ignora, cuando bien podían ser objeto de cooperación y reciprocidad por parte de los países de la Unión Europea.
La pregunta que las autoridades no han respondido con claridad es si no se los trae por razones sanitarias, por negligencia o porque hay personas más necesitadas de ocupar los vuelos disponibles. Lo cierto es que estos jóvenes, que están labrando sus sueños con talento y pocos recursos, que fueron allí gracias a una invitación para mostrar que en Bolivia se hace música de la buena, han quedado en medio de la incertidumbre. Es de esperar que pronto los tengamos de vuelta.
Son muchos los bolivianos y bolivianas que se fueron a trabajar para vivir mejor, para estudiar y en el caso que nos ocupa para ampliar oportunidades y oficiar de embajadores de un país que no tiene a la cultura entre sus prioridades. ¿Tendrán que quedarse con la música en otra parte, hasta que concluya la cuarentena ?
Sonia Montaño Virreira es socióloga miembro del Colectivo Mujeres por la Democracia.