Carlos Mesa - Expresidente de Bolivia
Los votos y las pititas derrotaron a quien parecía un coloso inamovible ¿Cómo fue que ocurrió?
Durante un largo año, en lo que fue el proceso electoral más prolongado de nuestra historia, decidimos dar batalla, no un día, ni dos, ni tres, todo cuánto hiciera falta hasta el 20 de octubre. Afirmamos que la única forma de derrotar al gobierno encarnado por un binomio ilegal era jugar con sus reglas injustas, en las condiciones de mayor desventaja que imaginarse pueda. Creamos una alianza política nueva que estuvo alimentada por una representación plural de la sociedad y que tuvo jóvenes, mujeres e indígenas como protagonistas de una propuesta que decidió abandonar los lugares comunes de la identificación fácil de izquierda, centro y derecha, para proponer un programa fundamentado en causas y en respuestas concretas a los desafíos de la política, la economía y la sociedad.
Tuvimos razón, Comunidad Ciudadana nació creyendo que eso era posible -y lo fue-sólo dentro de la democracia, a pesar de su manipulación, a pesar del autoritarismo, a pesar de la estrategia de demolición de mi candidatura.
Cuando conocimos los resultados preliminares del TREP (hasta que “apagaron” el sistema) y de los dos conteos rápidos, supimos sin ningún genero de duda que habíamos ganado el derecho a la segunda vuelta y que, aunque esa ruta sería también muy difícil, estaba claro que casi el 60% de Bolivia había votado en contra de Morales. La gran mayoría de ese total por nosotros. Un triunfo definitivo estaba al alcance de la mano.
La unidad se construyó en torno a una candidatura, no por azar, sino por el trabajo de todos esos días de caminos tan empinados, en torno a un discurso, una propuesta y un sentido de responsabilidad y decisión inequívoca. La frase “¡No tenemos miedo!” la acuñamos de hecho, no de palabra, resistiendo con dientes apretados la tormenta y respondiendo con ideas, no con adjetivos, la avalancha de descalificaciones a las que nos sometió el poder a través de sus instrumentos ilimitados en lo económico y en lo mediático. Fue una unidad desde el sentido común de los votantes que entendieron de que se trataba la elección. No bastaba con derrotar en las urnas al MAS, se trataba también de garantizar un gobierno capaz de responder al doble desafío de recuperar la democracia y su institucionalidad y administrar una economía en otra fase con propuestas transformadoras.
Morales ni hizo fraude ni renunció por acaso, lo hizo porque Comunidad Ciudadana, finalmente, después de casi catorce años le hizo un jaque que amenazaba con ser mate a en una segunda vuelta lograda por el voto popular. Lo hizo porque Bolivia movilizada salió a defender su voto.
Es a partir de esa realidad que se movilizó la gran mayoría de la sociedad. Es el alma democrática de Bolivia expresada con indignación pero con un íntimo y militante espíritu que se volcó a las calles de las principales ciudades de Bolivia mañana, tarde y noche.
¿Qué es la “revolución de las pititas”? Una visión de la política, una convicción, una acción, un compromiso. En esos días se descubrió el mismo vigor que alimentó como una savia imparable la reconquista de la democracia en el periodo 1978-1982 y que dio lugar al inolvidable 10 de octubre. Una vez más los jóvenes y las mujeres, pero esta vez reconocidos, protagonistas, centro vigoroso de un movimiento que no se cansó y que no se rindió nunca, al que se sumaron liderazgos de los más importantes movimientos cívicos del país.
Fue un hecho para la historia, las pititas probaron que la estrategia de lucha no violenta funciona, que la resistencia organizada con fe e inteligencia da resultado, que acorrala a los poderosos y los deja sin argumentos. Todo a partir de la sociedad organizada, todo a partir de la vitalidad solidaria. En las calles se encontraron unos con otros que -vecinos- se habían cruzado tantas veces con apenas unas palabras, pero que en esos días se miraron a los ojos y supieron con alegría que podía contar el uno con el otro de ahí en más. Y así Bolivia resistió a quien había desnudado su rostro dictatorial.
Y esa Bolivia, la de la “revolución de las pititas” arrinconó al todopoderoso Morales y lo obligó a renunciar porque estaba harta de él, de su burla sistemática al voto del 21F y del 20 de octubre, de tanto envilecimiento y corrupción que es imposible enumerar en unas pocas líneas. Su propio legado positivo, que es imprescindible recuperar, fue inmolado en la mezquindad de quien lo único que busca es su reinstalación en el totalitarismo.
Esa insurgencia democrática inscrita en la historia para siempre, no puede ni será negada por la mentira, por la manipulación mediática internacional, por la red de seguridad que desde la “izquierda” le cuenta al mundo que en Bolivia hubo un “golpe de Estado” y que la Presidenta Añez es una “gobernante de facto”… Que revisen los heroicos veintiún días y cierren la boca, que reconozcan por una vez en sus vidas que el patrimonio del heroísmo y la democracia no es exclusivo de una ideología. Entiendan que a los autoritarios de cualquier signo les toca inexorablemente el fin, las más de las veces por la fuerza popular, y todas sin excepción por el tiempo, que se encarga de desnudar su megalomanía disfrazada de lucha a favor de los intereses populares.