Por: Diego Ayo - Politólogo
Bolivia se encamina a nuevas elecciones presidenciales en octubre de 2019 y el binomio Evo-Álvaro quiere continuar en el poder a toda costa. Ya han sometido a los tribunales constitucional y electoral para lograr su ilegítima habilitación. Hoy el propósito es ganar las elecciones. Y aún si todo fuese constitucional queda una interrogante: ¿tienen algo que ofrecer?
Nos han machacado con la Agenda del Bicentenario, pero cabe advertir que este documento es un listado de Papá Noel que centraliza los recursos, endeuda al país aún más y se ancla en el modelo extractivo reforzándolo más que nunca, al margen de que su diseño es alevosamente pretencioso: hay soluciones para todo, convirtiendo a un pretendido documento propositivo en un listado de Papá Noel para contentar a todos.
No es pues sobre este plan que quiero comentar. No, lo que quiero enfatizar es que en general, aquí y en otros países del planeta, el modelo extractivo vigente tiene poco que ofrecer. Así son los modelos económicos que se basan en la venta de recursos naturales. ¿Qué te ofrecen? Vender más del recurso estrella, encontrar otros recursos para venderlos también como mera materia prima y/o en el mejor de los casos industrializar al país vendiendo estos recursos ya no en bruto, sino con valor agregado.
Usualmente no se lo consigue y se juega con ese imaginario anhelado por la población: “somos una potencia industrial”. Eso es lo que hace el Gobierno: alentar ese imaginario sin más solidez que la que ofrece un conjunto de promesas grandilocuentes que no han tenido resultados hasta el presente.
No es mi intención abundar sobre ese aspecto. Baste citar la promesa del presidente Morales en 2014 asegurando que las exportaciones de úrea y GLP darían un rédito anual de mil millones. En cinco años la cifra es de 200 millones de dólares. A ese ritmo necesitaríamos al menos ocho a 10 años solo para recuperar la inversión de aproximadamente 1.700 millones de dólares.
El Gobierno lo sabe. Es el destino de un modelo extractivo. Ofrece poco, lo mismo o ilusiones. Precisamente es este aspecto el que me interesa resaltar: la generación de ilusiones.
La hipótesis es la siguiente: como el Gobierno ya no tiene mucho que ofrecer, recurre a “dorar la píldora”. ¿Cómo? Supliendo su incapacidad de dar más con torrentes de publicidad.
Vale decir, si no puedes ser creativo y eficiente gobernando, pues haz creer que lo eres. No es casual entonces que de 2010 a 2018, de acuerdo a una investigación del economista Julio Linares, el Gobierno haya gastado 5.300 millones de bolivianos en publicidad, o sea casi 800 millones de dólares. Cabe pues destacar algunos rasgos.
Uno, el régimen se vuelve cada vez más embustero exhibiendo día y noche por los distintos medios de comunicación lo exitoso que es el “proceso de cambio”.
Las cifras lo afirman: 450 millones de dólares en gastos del gobierno central (que va desde YPFB hasta Evo Cumple), 200 en la red de comunicación estatal (periódico Cambio, BTV, Radio Patria Nueva, etc.), 300 en el Ministerio de Comunicación y Canal 7 y casi 70 millones de dólares en transmisiones presidenciales. Gana pues la mentira edulcorada publicitariamente.
Es la era de las fake news con un Gobierno especialista en su diseño y puesta en ejecución.
Dos, el régimen se vuelve cada vez más caudillista. Ya lo mencioné. Evo y solo Evo ha tenido un presupuesto de casi 70 millones de dólares entre mensajes presidenciales y goleadas allá donde inaugura estadios. Narcisismo en su máxima expresión como el último “recurso de los desamparados”.
Como no tienen nada nuevo que ofrecer, insisten en ofrecer lo único que tienen: al mismo Evo. He ahí la razón de persistir en él a costa del voto popular, las leyes y la reprobación internacional. Esa es la razón de por qué el MAS no renueva cuadros, ofrece debate, rehúye a la crítica y teme a la prensa.
En todos esos casos, sería poner la imagen de Evo en riesgo: un líder de abajo lo opacaría, el debate lo mostraría en toda su pequeñez (propositiva y moral), la crítica lo bajaría de su pedestal mesiánico y la prensa libre develaría lo poco que se ha hecho con tanta bonanza.
No les conviene. Mejor seguir mitificando a este ser humano, cada vez más humano.
Y tres, el gasto ha ido subiendo y se centra sobre todo en el periodo electoral. De 2010 a 2013 el gasto promedio fue de 50 millones de dólares. En 2014, año de elección, el gasto fue de 150 millones de dólares (¡ni toda la oposición junta debió gastar siquiera 10 millones de dólares en toda la campaña y no solo en medios como es el caso del MAS!); y de 2015 en adelante el gasto subió a 100 millones.
La ecuación se repite: a más persistencia en el poder sin mucho que ofrecer, más necesidad de vender humo. ¿Resultado? El gasto en publicidad se duplica de 2015 a 2018 y la asimetría electoral se hace palpable. A todos aquellos que arguyen que “no tengan miedo a Evo, las urnas van a decidir”, hay que responderles que no tenemos miedo a Evo. Tenemos miedo a competir en semejante desigualdad de condiciones. He ahí lo que significa consolidar un régimen autoritario de “autoritarismo competitivo”.