Por Johnny Nogales.-
Oponerse significa estar en contra o ser antagónico a algo o alguien. En este caso, consideremos opositores a quienes son contrarios al Movimiento al Socialismo (MAS), su pandilla internacional y sus acólitos locales. Una lectura simple de las encuestas recientes permite concluir que más de dos tercios de la población no desea el regreso de aquellos que tuvieron en sus manos los destinos de la Patria, por el periodo más largo de la historia y sin oposición real alguna, y que dilapidaron la más próspera y propicia de las oportunidades para unificar a la nación boliviana y conducirnos por senderos de bienestar y desarrollo.
No hace falta entrar en el detalle de los atropellos que cometieron; fueron tan insolentes y descarados porque pensaron quedarse 500 años, como lo vociferaban a modo de amenaza. Frente a esa impostura, se dio la rebelión nacional conocida como las “pititas”, bautizada así por el mismo Morales en tono de chacota. Estuvo compuesta principalmente por jóvenes y mujeres valientes, sin desmerecer a la población en general, que hizo renunciar y huir al que osó burlarse. Pero esa hazaña está inconclusa; hoy se requiere consolidarla en la legalidad y legitimidad del voto ciudadano.
Lo que aún no se ha logrado, pero que es imperativo conseguir, es la unión de los opositores; esos que tienen a su disposición el apoyo mayoritario. Debemos tener conciencia que esa mayoría, si se divide, queda a merced de la minoría masista. ¿Cuántos ejemplos tenemos de candidatos que han llegado al gobierno con apenas un tercio de los votos de una elección?
Y no sólo es en nuestro país; veamos lo que pasa en Venezuela (¡pobre Venezuela!): Existen muchos líderes de la oposición a Maduro, pero son tres los principales: Juan Guaidó, Leopoldo López y María Corina Machado. Hasta ahora no han logrado ponerse de acuerdo, a pesar del calvario que el pueblo venezolano aún sufre y que ellos mismos han tenido que soportar personalmente. Recordemos, por ejemplo, que López estuvo cinco años preso, y que más de cinco millones de ciudadanos tuvieron que salir de su tierra; muchos a arañar la basura para comer. A pesar de todo, sus “irreconciliables” diferencias los están llevando a una previsible nueva frustración en los controvertidos comicios convocados para diciembre por una Corte Nacional Electoral sumisa. No les basta ser valientes o muy preparados intelectual y profesionalmente. También se puede citar lo ocurrido con Macri, Lavagna y del Caño, en Argentina, cuya unidad hubiera impedido el ascenso de los Fernández. ¿Suena conocido el tema?
En Bolivia pasa algo similar: No percibimos el grave riesgo que entraña la dispersión del voto contrario al MAS y le estamos regalando a ese partido la posibilidad de triunfar en primera vuelta o declararse ganador del plebiscito. Es una batalla crucial, porque de ella depende la subsistencia de la democracia o el retorno al autoritarismo. No nos engañemos: En esta ocasión no se discuten programas de gobierno, reivindicaciones regionales ni simpatías personales; es la libertad contra la opresión.
Si conseguimos que se afiance la democracia, podremos construir un escenario donde, por fin, elijamos al que consideremos que es el mejor Presidente. Si no lo logramos, tendremos que aguantar largos años de una dictadura que vendrá con encendidos ánimos de venganza.
Hagamos un último esfuerzo para pedirles a Mesa, Camacho y Quiroga que, ya que pretenden gobernarnos, tengan la decisión, el empeño y la inteligencia de lograr la conformación de un sólido bloque que triunfe y que nos gobierne con sabiduría y honestidad. En caso de que ellos cedan a los cantos de sirena que ahora los embelesan, estará en nuestra manos la responsabilidad de darles un mensaje claro con nuestro voto. El resultado quedará en la conciencia de ellos… y en la nuestra.