Por: Juan Del Granado |
Sin el 21-F no es entendible la vida política y la historia últimas del país. El ciclo electoral que se completa el próximo domingo no es comprensible al margen de esa fecha, pero más importante aún, el presente y el futuro próximo tienen una vinculación indisoluble con ese momento en el que la mayoría absoluta de los bolivianos votamos no sólo por la mantenida vigencia del Art. 168 de la Constitución que únicamente admite la reelección de los gobernantes por una sola vez.
No, los bolivianos votamos por mucho más que eso, y de ahí la plena vigencia de los contenidos y desafíos del 21 de febrero, sobre todo cuando después de 5 años estamos frente a una coyuntura con más interrogantes que certezas. Frente a ello es posible que refrescar el 21-F, nos de algunas claridades. Veamos:
1. El 21 de febrero de 2016, ante la decisión gubernamental de prorrogarse en el poder, cristalizó un nuevo sentido común mayoritario que daba cuenta que el proceso iniciado 10 años antes mostraba signos inequívocos de agotamiento que exigían su relevo. Una gran acumulación política y social se había diluido y una esperanza de igual tamaño había sido malversada.
2. La conducta gubernamental había malogrado ese proceso pese a sus inmejorables posibilidades. Especialmente la corrupción, el autoritarismo, el despilfarro, el hegemonismo y el extractivismo habían fracturado, lenta pero visiblemente, la ética pública, las libertades, la institucionalidad mínima, las posibilidades de bienestar, el paradigma indígena y el cambio de matriz productiva. Después de tanta energía social acumulada, después de la remoción de las antiguas elites y pese a algunos avances importantes como la inclusión, no teníamos un país mejor, los grandes problemas nacionales seguían irresueltos y sus grandes males no habían sido removidos.
3. Pese a la convicción mayoritaria de fracaso y la necesidad de recambio, esos gobernantes quisieron prorrogarse y mantenerse en el poder modificando para ello la Constitución. El nuevo sentido común expresaba eso: Después de una década ya no era conveniente la reelección de esos gobernantes, había que cambiarlos, aunque aún no estuviesen claros los perfiles más estructurales de ese cambio.
4. Por eso se votó en defensa de la Constitución y contra la reelección indefinida; se votó contra el prorroguismo de quienes aparecían claramente cómo los responsables de las fracturas y de las frustraciones. Y contra toda racionalidad política no se quiso aceptar esa votación mayoritaria, se la intentó descalificar y peyorizar y, finalmente, se la desconoció con las chicanas del Tribunal Constitucional al más viejo estilo abogadil y colonial.
5. Así concurrimos a las elecciones de octubre de 2019. Con el voto popular peyorizado y pisoteado, con el convencimiento de que había que cambiar de gobierno, con la sensación de un país estancado, con el desánimo de un proceso empantanado y de unos conductores extraviados. Y, peor, concurrimos con la amenaza que se repetiría, otra vez, el escamoteo del voto y de las urnas.
6. Y se repitió. Aunque esta vez no con abogados ni magistrados sino de manera descarnada con el fraude, con la manipulación de los sistemas informáticos, con la suplantación de actas, con el ocultamiento de ánforas y con el cohecho electoral abierto. Pero esto, después de las fracturas de la década y de la burla del 21-F, ya no era tolerable. Se produjo una sublevación ciudadana que en 3 semanas terminó con el prorroguismo, con el fraude, y se puso en fuga a sus autores. Se instaló un gobierno de transición y, pese a la tristeza de los muertos, se respiró en el país un aire esperanzador de triunfo democrático.
7. El gobierno transitorio fue un fracaso. A la inevitable improvisación de las primeras semanas se sumó la visión electoralista corta y, sobre todo, las corruptelas, el abuso vengativo y la ineficiencia administrativa que luego, con la pandemia y las crisis, devastaron todo intento de transitoriedad mínimamente serio. Fue el escenario para la rápida relegitimación de los fugados, pero especialmente para el surgimiento de una gran desconfianza popular respecto a otras posibilidades gubernamentales.
8. Después de un año, el 18 de octubre el Mas, con candidatos diferentes, triunfó en las elecciones nacionales con el 55% de los votos, ante la incapacidad de otros liderazgos para articular el impulso democrático contrario al prorroguismo y el desencanto popular respecto al Mas. Frente a la incertidumbre de gobiernos improvisados, conservadores, también autoritarios y corruptos, una buena parte de la población se replegó hasta el extremo de retornarle su apoyo a los responsables estructurales de la crisis.
9. Ya no es prematuro, después de 4 meses, afirmar que el gobierno de Arce está ratificando el agotamiento de un proceso que no encuentra desde el gobierno forma alguna de relanzarse. La mediocridad, el alcance sólo coyuntural de las acciones y, peor, la repetición del sectarismo, de la persecución judicial y del chantaje electoral, están anunciando que el Mas no está dispuesto a la renovación y qué, haciendo lo mismo que sus antecesores, tendrá el mismo resultado.
10. Por ello, después de 5 años, está plenamente vigente el contenido esencial del 21-F que, frente a la caducidad del populismo autoritario, se encarna hoy en la tarea de la verdadera construcción democrática y en la renovación de la política, de sus visiones, sus estructuras partidarias y sus liderazgos.
Juan Del Granado fue alcalde de la ciudad de La Paz