La diseminación es un concepto derridiano que corresponde a la crítica radical política y a la deconstrucción ideológica. En relación a la deconstrucción, que corresponde a una hermenéutica critica, la diseminación alude a la destrucción institucional, es decir, se trata de un concepto crítico radical materialista de la política. Resumiendo, tomando en cuenta, ambos conceptos, el de la deconstrucción y el de la diseminación, podemos concluir que la hermenéutica crítica se complementa con la destrucción material del mapa institucional, que hace de agenciamientos concretos del poder.
En la contemporaneidad de la modernidad tardía la deconstrucción ha sido una práctica de la crítica hermenéutica a la ideología y a la formación discursiva y enunciativa, tanto en sus formas orales, así como en sus formas de inscripción de las escrituras y la elocuencia visible de las imágenes; en cambio, la diseminación ha sido todavía una práctica incipiente de los colectivos activistas, tanto ácratas como ecologistas, así como de las naciones y pueblos indígenas radicalizados. En todo caso, ambas prácticas críticas, corresponden a colectivos y grupos radicalizados, todavía poco numerosos y con menor incidencia en los esquemas de comportamiento y conductas, apegadas a los habitus. La llamada crítica política todavía se atiene y se apega a los tradicionales paradigmas de la crítica ideológica y política del marxismo crítico, que es lo mejor que tiene esta corriente teórica y política, pues lo demás, el marxismo militante ha caído, desde hace tiempo, en la latania de la ideología, pretendidamente “vanguardista”, que se ha vuelto una versión de la legitimación del sistema-mundo capitalista, tanto en su versión liberal, así como en su dimensión “socialista”. En lo que respecta al populismo y al neopopulismo, poco se puede decir al respecto, pues lo que hacen es emitirse y enunciarse en formaciones discursivas barrocas, que mezclan fragmentos de discursos anacrónicos, disímiles y dispersos.
Sin embargo, también tenemos que hablar de una “diseminación” de baja intensidad, derivada de la propia decadencia del sistema mundo capitalista, que contiene al sistema-mundo cultural de la banalidad y al sistema mundo de la política trivial. La concurrencia política, en la actualidad, manifiesta elocuentemente los síntomas de esta decadencia y de la “diseminación” de baja intensidad, efectuada por los propios actores políticos, las empresas de la economía-mundo y los cárteles del lado oscuro del poder y de la economía. Las elecciones, en el sistema formal de la democracia restringida, delegada y representativa, manifiestan claramente los alcances degradantes de la decadencia y de la diseminación de baja intensidad de los Estado nación y del orden mundial.
La práctica política y la involución del discurso político son muestras patentes de la decadencia y de la diseminación de baja intensidad, por propia mano, para decirlo de ese modo. Si antes las concurrencias políticas tenían que ver con la promesa o, en contraste, con la institucionalidad, el orden y el Estado de derecho, después, sufriendo el deterioro de la incidencia de la decadencia, los discursos se convirtieron en la forma de la emisión de las demagogias, de un tenor u de otro, de un color u de otro, con pretensiones de “izquierda” o con pretensiones de “democracia” formal, cada vez más fofa, para terminar siendo, lo que es ahora, en poses estridentes casi sin discursos, balbuceos de actores mediocres y sin horizontes.
En un ensayo dijimos, que, con estos síntomas de la decadencia, el deterioro, el derrumbe ético y moral, la política, en cuanto tal, como ámbito de la concurrencia de fuerzas en el campo político, habría muerto. Eso es lo que parece constatarse en una coyuntura electoral sin perspectivas, hundida en la crisis múltiple del Estado nación y del orden mundial, en pleno contexto de la crisis ecológica, que contiene a la propia crisis del sistema mundo capitalista y de su geopolítica, acompañada por la crisis pandémica, que se presenta como un indicatum de los alcances catastróficos de la crisis ecológica y de la crisis del sistema mundo de salud. La crisis política, entonces, forma parte de la crisis múltiple del Estado nación, es la muestra patética de que la casta política ya no puede ofrecer nada al pueblo. Este panorama nihilista debe ser comprendido en la crisis misma de la civilización moderna.
En su singularidad nacional, la crisis política adquiere en Bolivia contornos mezquinos. Después de la implosión del régimen clientelar y corrupto neopopulista, se transita por un gobierno de transición inconstitucional, coyuntura, en la cual, por la compulsa de fuerzas, se deriva a una convocatoria a elecciones para el 18 de octubre de 2020. En la gama de ofertas, si se puede hablar todavía de variedad, cuando, mas bien, las propuestas parecen acercarse a lo mismo, a repetir sin imaginación la inercia aburrida del círculo vicioso del poder, más de lo mismo, en plena caída al abismo de la crisis política. Si bien, la compulsa parece ir resumiéndose, en las pretensiones de legitimidad de un retorno al régimen clientelar implosionado y una oferta institucionalista de unidad nacional, ambas propuestas de la concurrencia electoral no hacen otra cosa que repetir los dilemas falsos de la casta política. Primero, porque la corrosión institucional y la corrupción galopante forman parte de las estructuras mismas del poder; segundo, porque ambas propuestas están en lo mismo de lejos del horizonte abierto por la Constitución Plurinacional Comunitaria y Autonómica. La casta política está lejos de haber comprendido los alcances de una Constitución descolonizadora, que se abre a la condición plurinacional, intercultural, comunitaria y de la democracia participativa. Constitución escrita, en su substrato pasional por la potencia social de un pueblo insurrecto, traicionado por los propios gobernantes de los “movimientos sociales”, que usurparon la victoria popular contra el neoliberalismo, durante la movilización prolongada (2000-2005).
Observando este contexto político mezquino de la coyuntura de la crisis múltiple, podemos conjeturar que asistimos a la continuidad de la crisis y de la administración de la crisis, por el nuevo gobierno que emerja de las elecciones. Solo que esto va a concurrir de una manera legal, ya no transicional, tampoco, como antes, en el desencadenamiento diferido de la implosión de la forma de gubernamentalidad clientelar. En consecuencia, todavía falta cumplir con las condiciones de posibilidad histórico-políticas-culturales para salir de la crisis múltiple del Estado nación. Estas condiciones de posibilidad tienen que ver con la responsabilidad del pueblo, con su madurez, con su independencia respecto de la casta política, tutora de su minoridad, su dependencia y sumisión a las ilusiones del poder. Cuando el pueblo haya logrado su madurez, el uso crítico de la razón, cuando sea capaz de autogobierno, por lo tanto, de la democracia plena, entonces estará en condiciones de salir de la crisis múltiple, que implica salir del círculo vicioso del poder.