Por: Carlos Toranzo - Cientista Político
Las elecciones presidenciales de octubre de 2019 son cruciales para el futuro de la democracia en Bolivia. Por un lado, con una victoria de Evo Morales se puede tener el inicio del tránsito de un gobierno autoritario a otro de tipo dictatorial, pues el régimen del MAS sigue a pie juntillas lo que sucede en Nicaragua de Ortega o la Venezuela de Maduro.
Las dictaduras del siglo XXI no vienen montadas en golpes de Estado a la cabeza de los militares; antes bien, se producen cuando los regímenes que ganaron, legal o ilegalmente en las urnas, cooptan, controlan, toman para sí el Poder Electoral, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, cuando esos regímenes judicializan la política e inician juicio a los opositores viables, cuando ese tipo de gobiernos controlan los medios de comunicación, cuando sus fiscales son los que hacen juicios a la oposición para acallarla.
Estos regímenes, además, cooptan a las fuerzas militares, las cuales son una de las claves de su dominio. Estos gobiernos ya no defienden valores ni la ética, pues, son el ejemplo de la corrupción, de la violación de los derechos humanos, son quienes evitan la libre expresión y el libre pensamiento. Esta es la historia de los últimos 13 años: el MAS y Morales no buscan mejor educación y salud, ni defender el medioambiente ni disminuir los feminicidios; simplemente desean eternizarse en el poder. Esa es su meta en octubre de este año.
Una difícil victoria de la oposición sería apenas un paso, el inicio de la transición para la reconstrucción de la democracia debilitada y oscurecida por el régimen de Morales. Probablemente es Carlos Mesa quien le pueda hacer frente en las elecciones. Hasta hace más de dos meses, Mesa encantaba a mucha gente, tenía preferencias electorales cercanas al 36%; hoy mucha gente está desencantada, ven a ese candidato como muy conciliador, usando modales muy finos frente a un Morales que agarra a rodillazos a sus adversarios, ante un jefazo que no escatima adjetivos para destruir a los candidatos viables.
Esa actitud cuidadosa de Mesa es explicada por sus entornos, indicando que él busca ganar a los indecisos, que serían alrededor de un 25%, pero por dirigirse a ellos está perdiendo a su núcleo duro de apoyo; se está alejando de ésos que con certeza miran a Morales como autoritario y como un futuro émulo de Maduro.
La buena gerencia, incluida la política, aconseja, primero, consolidar lo que se tiene y, después, ampliar la mirada y el trabajo para ganar a otros. Eso no lo está haciendo Mesa y por no hacerlo puede facilitar la labor del candidato autoritario. Hay mucha gente que buscó a Mesa para apoyarlo, para apuntalar la democracia, pero se chocaron contra un muro, se toparon con la falta de apertura. Entienden que hay, junto a ese candidato, un círculo muy estrecho que no está dispuesto a la apertura. Otros expresan que él no defiende con fuerza a quienes lo apoyan o defienden. Algunos desencantados dicen que mejor apoyar a Ortiz, -quien es un excelente parlamentario- porque lo ven con más fuerza, con más actitud.
Pero la paradoja es que ese candidato tiene fuerza y coraje para atacar a Mesa y no a Morales; también es paradójico cómo los grandes aliados del régimen, la Cainco, Anapo o la CAO, apoyan a Ortiz, no para que gane este candidato; sino simplemente para debilitar a Mesa y favorecer el triunfo de Morales en primera vuelta, claro está, con todo el apoyo y maquinación del TSE.
Mesa está obligado a dar un golpe de timón, a ser duro con quien lo ataca. Con ese que protege los cocales del Chapare y lo acusa de narcotraficante; precisa un discurso y actitud más popular, cuidar a su núcleo duro de electores, necesita abrirse para ser apoyado. La democracia está en juego, ella exige actuar como lo exigen estos tiempos.