Hace unos días nos vimos sorprendidos –e indignados– por las declaraciones del diputado brasileño Amorim, del partido del presidente Bolsonaro: “A quien le guste el indio, que vaya a Bolivia, que, además de ser comunista, sigue presidida por un indio”. Al margen de la ignorancia del señor Amorim (que no parece tener idea de lo que es el comunismo), lo grave de dicha frase –que no ha sido desmentida por el propio Bolsonaro, pues evidentemente la comparte– es su carácter racista y discriminador. Pero bueno, el pueblo brasileño verá lo que hace con esos mandatarios que ha elegido.
Lo que a nosotros no puede dejar de preocuparnos es el bolsonarismo que aparece aquí, en nuestro país, y cuyo único representante confeso es Víctor Hugo Cárdenas (actual candidato a la presidencia por una sigla desprestigiada). Sus palabras concretas fueron: “El pueblo brasileño dictaminó: ¡Bolsonaro Presidente! Mis respetos a su sabiduría, a su lucidez democrática, a su institucionalidad judicial y a su capacidad de resolver problemas mediante su voto libre e informado. ¡Dios bendiga a Brasil y a su nuevo gobierno!”. ¿Qué tal?
Cuesta reconocer a aquel Víctor Hugo Cárdenas de hace 30 años, un intelectual aymara inteligente y con formación académica, pedagogo él, que nos enseñaba a entender y valorar las culturas andinas, y a entender el daño que habían sufrido por parte del viejo Estado boliviano (muy concretamente por la Reforma Educativa de 1955). Era tan convincente (y lideraba además el MRTK-L, un novedoso partido katarista revolucionario) que en 1993 muchos quisimos llevar a Víctor Hugo como candidato de un frente de izquierda, pero él prefirió aceptar la vicepresidencia de Sánchez de Lozada (la trampa del poder). Pero ni siendo vicepresidente del Goni mostró posiciones tan derechistas como las que acabamos de mencionar, y que ahora expresa sin percatarse de que está bendiciendo a un enemigo de su propio pueblo, y de todos los pueblos indígenas; y asumiendo el desprecio de Bolsonaro a Bolivia por ser evidentemente el país más indígena de Sudamérica (el mismo desprecio con que dedica a los propios indígenas brasileños de la “Aldea Maracaná” a los que calificó de basura urbana). Además, Bolsonaro está actuando de manera sistemática no sólo contra los indígenas y sus derechos, sino también contra la comunidad LGTB, contra los derechos específicos de las mujeres, y por supuesto contra la Madre Tierra –con graves riesgos para los países vecinos–, e incluso contra los de la sociedad civil en general.
Por supuesto, en Bolivia, las reacciones contra semejante declaración fueron unánimemente de condena, desde el Gobierno y desde la oposición. Recordemos las palabras de la Ministra de Comunicación: “Amorim desprecia con ignorancia supina a nuestros antepasados, los verdaderos dueños de la Patria Grande, con palabras que demuestran ceguera y pobreza espiritual”, que coinciden con las del candidato opositor Carlos Mesa: “Indignante declaración de diputado brasileño ofende a Bolivia y no expresa hermandad de nuestros pueblos. Diferencias ideológicas entre gobiernos no justifican tal afirmación. Lo indígena es parte esencial de nuestras identidades y nuestra fortaleza como nación”. Es pues un tema en el que aquí todos y todas coincidimos. ¿Y Víctor Hugo? No hemos sabido que haya reaccionado. ¿Será que su oportunista afiliación evangélica, y su angurria de alguito de poder, lo llevan a renegar de su propio pueblo, gracias al cual ha llegado a ser lo que es?
Pero inevitablemente nos queda pendiente otra pregunta: ¿Por qué el presidente Evo ha llamado “hermano” a ese mismo Bolsonaro? ¿Qué significa para usted el término “hermano”, compañero Presidente? ¿No es un término que incluye cariño, aprecio y sentimientos positivos de fraternidad? ¿Será que la necesidad de buenas relaciones económicas con el vecino país es superior a la valoración de nuestro componente indígena? Ya sólo falta que llame “hermano” al presidente Trump…